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Miedo innecesario

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Cuando tengo miedo, en ti confío, Salmos 56: 3.

ERA MI MASTOGRAFÍA ANUAL de rutina. La hermosa y joven enfermera me alcanzó una bata. Mientras operaba la máquina de rayos X en busca de lesiones, se disculpó por apretujar tanto mi cuerpo.

-Es que tenemos que sacar una imagen tan clara como sea posible -me recordó.

Me alegré de que terminara el suplicio anual y seguí con mis encargos, con el corazón aliviado. Cuando llegué a mi casa, la luz de la máquina contestadora parpadeaba. «Por favor llame de inmediato a la sala de radiología.» «Tal vez la imagen no se reveló bien», pensé para calmarme antes de llamar al hospital.

-Ah, sí, señora Cove. Queremos sacarle cita para un ultrasonido. Encontramos un tejido sospechoso en la mastografía. ¿Puede venir el próximo viernes?

Cuando colgué, comencé a sollozar incontrolablemente. Mi madre fue víctima de cáncer de mama. Rogué a Dios que me diera fuerza para enfrentar la idea de que yo también podría sufrir un tormento lento y doloroso. Juré guardarme ese horrible secreto hasta que tuviera el ultrasonido. Quizá la protuberancia no era muy grande. Tal vez podrían extirparla con facilidad. Toda la semana oré continuamente para tener fuerza y afrontar lo que estuviera por venir. Me aferré a la promesa de Dios en Salmos 23:4. Aunque me acechara la muerte, Dios me sosegaría y me guiaría por los valles sombríos.

Llegó el fatídico día. Logré acomodarme de modo que pudiera ver lo mismo que la doctora mientras procedía el ultrasonido. Ahí estaba. Una masa con forma de huevo. Ella movió el instrumento por toda el área, revisando una y otra vez la protuberancia. Al final me miró y dijo que estaba segura de que esa protuberancia era un quiste. Con el tiempo, se encogería y desaparecería. Como no era doloroso, no había motivos para extirparlo. Me advirtió que debía seguir con las mastografías anuales por precaución.

Salí del hospital gozosa y regañándome al mismo tiempo. Había esperado lo peor. Pasé una semana entera torturándome innecesariamente. Asimismo, me alegró saber que no había estado sola esa semana. El Señor me había acompañado y ayudado a comportarme con mis alumnos y familia, como si todo hubiera estado normal. Dios no promete que nos evitará temores y problemas, pero promete acompañarnos cuando lleguen, infundados o no.

Patricia Cove

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