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HABÍA SIDO UNA SEMANA ATAREADA. Además de hacer trabajo voluntario en el taller de la sociedad del cáncer, había tratado de terminar una colcha de parches para la fundación para niños con enfermedades terminales y llenar la caja que había empezado para ellos. A mi ritmo lento y anciano, esas y mis labores domésticas regulares habían sido mis metas. Recuerdo que oré al fijar mis objetivos y leí el Evangelio de Juan: «Yo soy la vid; ustedes, los sarmientos. [La] que permanece [unida] a mí, como yo estoy unido a [ella], produce mucho fruto, porque separados de mí ustedes nada pueden hacer» (Juan 15:5). Oré para ser realmente capaz de producir el fruto de mis metas.
A medida que avanzó la semana, terminé cada tarea con fuerza que recibí desde el cielo, hasta que me di cuenta de que esa mañana no había leído la Biblia. Me había distraído con muchas cosas, así que me detuve a medio día, me hundí en una silla para descansar y leer. Ya casi acababa la semana y me sentí algo desanimada cuando busqué la lección para ese día y leí de nuevo Eclesiastés. Mis ojos se posaron en este texto: «Anda, come con alegría tu pan y bebe contento tu vino porque Dios ya ha aprobado tus obras» (Eclesiastés 9:7). ¡La paz llenó mi corazón con un caudal de consuelo y agradecía Dios por ese versículo! ¡Yo había hecho mi mayor esfuerzo y él lo había aceptado! Aunque estaba exhausta y desanimada, Dios me había enviado paz y asegurado su amor, interés y aceptación de mis insignificantes intentos para producir fruto.
Luego recordé otro versículo favorito que casi había olvidado: «Se te ha hecho conocer lo que está bien, lo que el Señor exige de ti, ser mortal: tan solo respetar el derecho, practicar con amor la misericordia y caminar humildemente con tu Dios» (Miqueas 6: 8). «Quizá esta vieja ya hizo suficiente por ahora, aunque “no hay actividad, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría en el reino de los muertos adonde te encaminas”», pensé para mis adentros al cerrar el folleto por esa semana. Dios en su gracia había aceptado mis empresas terrenales.
«Querido Señor, quiero agradecerte por tu maravillosa gracia e infalible cuidado en estos tristes días de mis vanos esfuerzos. Sé que solamente por tu fuerza puedo hacer algo. ¡Me has ayudado a hacer lo que puedo! Alabo tu nombre, mi Dios amante.»
Bessie Siemens Lobsien