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POCO DESPUÉS QUE COMENZÓ nuestro primer semestre en la universidad, uno de mis alumnos me pidió que le diera estudios bíblicos. Estaba encantada, emocionada de que un estudiante me lo pidiera, en vez de que yo se lo ofreciera. Claro que dije que sí, sin dudar. Otro joven lo acompañó cuando comenzamos nuestro primer estudio. Agradecí que a pesar de sus horarios tan pesados, esos jóvenes quisieran usar algo de su precioso tiempo para aprender del amor de Cristo. Así que nos embarcamos en nuestros estudios cada lunes, martes y miércoles.
Pasaron unas cuantas semanas. Llegó la semana de énfasis espiritual. Al concluir esa semana, vi que esos jóvenes se levantaron cuando el conferencista hizo un llamado. Realmente no di mucha importancia a que se levantaran, hasta el día siguiente, cuando se levantaron en la iglesia como candidatos para el bautismo. Pensé que soñaba, pero ahí estaban, inmersos en la acuática tumba para levantarse como nuevos en la vida cristiana. Cuando les pregunté por qué no me habían dicho, sonrieron y dijeron que estaban listos para seguir los pasos de nuestro gran Maestro.
Dos semanas antes de los exámenes finales del semestre, puse el examen de un capítulo. Al revisar los papeles, noté que uno de los jóvenes de mi estudio bíblico había acertado todas las respuestas. Curiosa, le pregunté cómo lo había logrado, pues la mayoría de sus compañeros habían sacado calificaciones promedio.
-Maestra, estudié duro y antes de acostarme, le pedía Jesús que me ayudara. Esta mañana, cuando usted me entregó el examen, le pedí a Dios otra vez que me ayudara a recordar lo que estudié anoche -dijo sonriente.
¡Tenía mucha fe! Luego pensé en cómo había tratado de dar testimonio para Cristo a todo el salón; 60% de mis alumnos no son cristianos. En verdad, ahí estaba para ser como una epístola de Cristo para que la leyeran mis alumnos. ¿Qué veían en mí?
«Oh Todopoderoso y Santo, por favor ayúdame a representarte siempre aun en las pequeños y las grandes acciones de bondad.»
Ofelia A. Pangan