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Algún día lo dejará claro

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¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde tu venenoso aguijón?, 1 Corintios 15: 55.

LA INESPERADA NOTICIA de la muerte de Chidi sorprendió a todos. Sabíamos que había estado enferma varias semanas, pero no esperábamos que muriera. Era una mujer tan cariñosa y atenta, con una personalidad efervescente y un corazón de oro.

Cuando mi esposo y yo nos enteramos de que estaba en el hospital, fuimos a verla y le llevamos el libro devocional Colors of Grace. Incluía una historia sobre cómo Dios usó a Chidi para hacer un milagro a favor nuestro años antes. Leí esa meditación que yo escribí, «Creo en los milagros». Le conté que el gerente de una estación de radio religiosa la había leído al aire recientemente. El rostro de Chidi se iluminó y sostuvo el libro cerca de su corazón.

—Shirley, eso es lo mejor que me ha pasado desde que estoy en el hospital —susurró. Estaba asombrada de cómo Dios había colocado gente y circunstancias en el momento indicado para responder nuestra oración. Le dije que creía que el mismo Dios que había hecho un milagro para nosotros, lo haría por ella.

Chidi tenía dificultades para respirar mientras nos contaba sus planes de abrir un orfanato en su país y cómo se sentía bendecida, al ser capaz a ayudar a la gente necesitada que iba a su tienda. Varias veces mencionó que cuando saliera del hospital iba a dar su testimonio de la bondad de Dios en su iglesia. Antes de salir de su habitación, oramos por su salud.

No mucho tiempo después de nuestra visita, nos enteramos de que la condición de Chidi había empeorado. Luego recibimos la triste y sorpresiva noticia de su fallecimiento. Todos lo que la conocíamos estuvimos estupefactos ante el terrible acontecimiento. Nos consolamos al recordar que Dios está al mando, él sabe lo que es mejor y en los momentos más oscuros de nuestras vidas, aunque no lo parezca, él está con nosotros. Algún día lo dejará claro.

Chidi no vivió para dar su testimonio en la iglesia como había planeado, pero su bondad y hermoso recuerdo vivirán en mi corazón y en los de las vidas de aquellos a quienes tocó. Ansío expectante ese glorioso momento, aquel día en que «rasgará el Señor en este monte el velo que tapa a los pueblos, el paño que cubre a las naciones. Destruirá para siempre a la muerte, el Señor Dios enjugará el llanto que cubre los rostros» (Isaías 25: 7,8). La muerte ya no será victoriosa.

Shirley C. Iheanacho

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