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DE PRISA POR EL CENTRO COMERCIAL, rápidamente me metía otra tienda. Aunque no me gustan mucho los centros comerciales y hacer compras me desagrada aún más, una de las cosas de mi lista estaba en esa tienda. Mientras buscaba, perdida en mis pensamientos, de repente volví a la realidad cuando escuché mi nombre.
— ¿Mai?
Levanté la vista y primero me sorprendí, luego me alegré, de reconocer a una amiga de la preparatoria a quien no había visto en mucho tiempo. Charlamos, nos pusimos al corriente y nos deseamos buena suerte cuando nos despedimos.
Fue un encuentro breve pero me sentí feliz de ver a una vieja amiga. Fue como una probadita del cielo. Imagínate pasear por las calles de oro, detenerte a mojar tus pies en el río. Después, cuando pasas por el árbol de la vida, para decidir cuál fruta te gustaría comer, tus pensamientos los interrumpe alguien que te llama por tu nombre. Tedas la vuelta, rápidamente reconoces a una amiga del pasado. Quizá sea alguien a quien el mundo pecaminoso te quitó muy pronto, o alguien que se fue alejando con el tiempo y la distancia. Alguien de quien te olvidaste por alguna razón. La tremenda alegría de ver a otra amiga que superó todas las pruebas y todos los problemas de este mundo y llegó al reino, hace que el momento sea muy dulce. Puedo imaginarme abrazar con fuerza a esa persona. Me dan ganas de reír a carcajadas. ¿Verdad que sería asombroso? Pero esta vez, cuando platiquen y se cuenten como lograron llegar, no será un encuentro breve. No tendrán que desearse suerte para luego ir cada quien por su lado. ¡Tendrán una eternidad para compartirla!
Algunas veces la vida puede desanimarnos, pero tenemos la esperanza del cielo. Esa esperanza hace que sea más fácil encarar este mundo deprimente. Las despedidas todavía son tristes, pero tenemos una meta futura que también nos puede animar, para que pongamos a todas las personas que encontremos, en dirección a Cristo, ¡así las volveremos a ver en el cielo un día!
Mai Rhea Odiyar