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Gracias por las palomitas

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Dando gracias siempre y por todo a Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Efesios 5: 20.

DURANTE MI CARRERA DOCENTE DE CATORCE años, tuve muchos alumnos de varios orígenes étnicos. Una de ellas, a quien todavía recuerdo con cariño, era de Puerto Rico. Era una chica tranquila y bonita que usaba frenillos en sus dientes. Ahora ya creció, se casó, tuvo hijos y esos hijos ya crecieron también. Sostuvimos correspondencia durante años, pero he perdido el contacto con ella, de lo cual me arrepiento profundamente.

Tenía la práctica de llevar la máquina de hacer palomitas a la escuela, al menos una vez al mes; después de nuestro almuerzo, preparaba palomitas para todos los chicos. Como las palomitas también me encantan, todos nos divertíamos. Los maestros tienen que divertirse con los niños a quienes enseñan, además de educarlos y disciplinarlos.

La primera vez que hice palomitas en el año que tuve a la chica de Puerto Rico en mi salón, no me di cuenta hasta después que las había preparado, que con sus frenillos no podría comerlas. Una vez que el resto de los alumnos y yo nos acabamos las palomitas, la callada niña se acercó a mi escritorio.

-Gracias, señorita Sweetland, por hacernos palomitas -me dijo.

¡Fue la única que me dio las gracias y ni siquiera pudo comer!

¿Cuántas veces alguien nos ha preparado una golosina pero nosotras, incapaces de disfrutarla, nos decepcionamos y no nos mostramos muy agradecidas o amables por lo que nos ofrecieron? ¿Pensamos en el gesto y lo agradecemos?

El Señor nos prepara un día soleado y hermoso que con frecuencia damos por sentado. El día siguiente puede ser lluvioso, ventoso y frío. ¿Agradecemos a Dios por ese día, un día que quizá sea lo que el suelo necesita para preparar nuestros jardines para la siembra? ¿O nos ponemos tristes y malagradecidas por ese día? Tengo que confesar que soy una de esas personas. Sí agradezco por el sol, pero no a menudo por la lluvia. Sin el Hijo, no tendríamos los días soleados o los lluviosos. Recordemos agradecer a nuestro Señor por todas nuestras bendiciones, ya sea que hayamos sido lo que deseábamos ese día o no, todavía son bendiciones que nos ha concedido un Dios misericordioso.

Loraine F. Sweetland

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