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Aunque llevo tocando el arpa veintitrés largos años, todavía soy una pésima arpista. Soy lenta para leer las partituras; no tengo oído musical; no soy capaz de memorizar una pieza. He tocado en docenas de bodas, funerales, banquetes, galas e iglesias de todo el país pero, sinceramente, todo lo que tocaba lo aprendí cuando tenía ocho años, ¡y todavía cometo los mismos errores! Me he vuelto bastante tímida para tocar en público y le ruego a todo el mundo que no me pida que toque. El otro día en la iglesia, cuando el coordinador de música me pidió que tocara en el programa de Navidad, le dije: «¡Perdóneme, pero soy un desastre! Pídaselo a otra persona». Luego me di cuenta de algo: el hombre no tenía idea de cuán pésima soy y de hecho nadie más lo sabe. Además el arpa es uno de los instrumentos que suena bien aunque lo toques con los pies. Así que soy la única persona que conoce mis limitaciones. Pero como las conozco, me da miedo y siempre digo que no.
Por esa misma razón Moisés tenía miedo de sacar al pueblo de Israel de Egipto. Cuando Dios le habló a través de la zarza ardiente y le pidió que fuera al faraón, él solo pensó en sus limitaciones. Enumeró sus fracasos y le rogó a Dios que enviara a otro. Dios sencillamente le respondió: «¿Hay algo difícil para mí? Si yo fui quien diseñó tu boca, ¿no crees que puedo enseñarte cómo usarla?».
Tenemos miedo de hacer cosas para Dios porque nos fijamos demasiado en nuestras limitaciones. Olvidamos que él puede ayudarnos a superarlas. La próxima vez que tengas la oportunidad de decir o hacer algo para Dios, recuerda que él estará allí para ayudarte. Como hizo con Moisés, te mostrará qué decir o qué hacer. Tu parte es dejar de concentrarte en tus limitaciones y estar dispuesto a dejante usar por él de la manera en que él lo necesite.
MH