|
Créeme cuando te digo que no lo hice apropósito. Era una de esas mañanas en que te levantas primero que tus padres y no hay absolutamente nada que hacer. De repente, una fascinante idea llegó a mi mente. ¡El hombre bala! Me acosté boca arriba con las piernas levantadas y le dije a mi hermano que se sentara en mis pies como si fueran una silla. Entonces lo lancé sin previo aviso. ¡A él le encantó! Después de varios lanzamientos, el aterrizaje comenzó a ser cada vez más lejano; una vez casi golpeó el ventilador de techo. A la décima vez, algo pasó. Cuando lo lancé, no sé de qué manera su cuerpo giró hacia atrás en el aire y aterrizó de una forma horrible sobre el brazo. Nos quedamos mirándonos en estado de shock. Ahí fue cuando mamá se despertó y confirmó que el brazo de mi hermano estaba roto. Él comenzó a llora, pero no había sido a propósito. Yo no había empezado el juego con la intención de romperle el brazo a mi hermano. Simplemente sucedió.
¿El pecado sigue siendo pecado, incluso si no tenías la intención de cometerlo? ¿Qué pasa con los accidentes y los errores? Estoy seguro de que mi hermano me responsabilizó de su brazo roto, aunque no fue mi intención rompérselo. Por extraño que parezca, en Levítico Dios dice lo mismo. ¿Es esto justo?
Hemos leído que los israelitas tenían que entregar ofrendas aun cuando hubieran pecado sin querer. Eso parece un poco duro, hasta que nos damos cuenta de que todo pecado es abominación ante los ojos de Dios y nos separa de él. Se interpone en nuestra relación con él. Incluso el pecado que no cometemos a propósito transgrede su santa ley y nos pone en la necesidad de un Salvador. Me hace sentir muy agradecido el hecho de tener un Salvador, porque creo que peco «por accidente» bastante a menudo. Si fuera tú, yo no perdería el tiempo pensando en mis pecados accidentales; en lugar de eso, aprovecharía el tiempo hoy dando gracias a Dios porque ha hecho provisión a través de Jesús para cualquier pecado que comentas, accidental o no.
GH y MH