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NO COMESTIBLE

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«Ninguno de los descendientes de Aarón que esté enfermo de lepra o sufra derrames, comerá de las cosas sagradas hasta que haya sido purificado» (Levítico 22: 4).

Cuando iba a predicar en una reunión de jóvenes, pasé junto a un camión grande que transportaba una cisterna gigante y cromada de las que por regla general contienen productos químicos. He visto esas cisternas antes, portan señales en las que se puede leer «peligroso», «nitrógeno», «inflamable», etcétera. Pero en la Señal de este camión se leía «no comestible». Tú y yo sabemos muy bien que una advertencia como esa está ahí porque un día algún descerebrado intentó tomarse un aperitivo de una de estas cisternas. ¿Quién en su sano juicio ve una cisterna y piensa, Hummm, apuesto a que eso sabe bien? Cuando adelanté al camión, otra señal medio más detales: «No apto para consumo humano, comida para animales». Otra pregunta vino a mi mente: ¿Con qué están alimentando a los animales que las personas no pueden comerlo?

La mayoría de la gente no tiene ni la menor intención de comerse lo que sea que haya en el interior de una cisterna, pero cuando se trata de la forma en la que nos aproximamos a la «comida» de Dios, lo hacemos con cierta frivolidad. ¿A qué me refiero? Pues a tomar la comunión, por ejemplo, un ritual establecido para aquellos que quieren dedicar nuevamente sus corazones a Dios y reconocer la necesidad de un Salvador. ¿Alguna vez has comido el pan sin levadura simplemente porque te apetecía? Vamos a tratarlo desde una perspectiva espiritual. La Biblia, la Palabra de Dios, es nuestro alimento espiritual. Pero muchas veces nos hemos acostumbrado tanto a ella que la leemos como si fuera un libro cualquiera. En lugar de detenernos a orar y pedirle a Dios que nos llene de su Espíritu, leemos un versículo o dos y nos volvemos a centrar en nuestros asuntos.

Dios nos ha entregado cosas para nutrirnos y alimentarnos espiritualmente, cosas con gran significado. Pero con demasiada frecuencia no las valoramos. No preparamos nuestros corazones para que estemos listos para consumirlos. Así que la próxima vez que tengas una Biblia en las manos o participes de la Santa Cena, no lo hagas sin pedirle a Jesús que limpie tu corazón y tus pensamientos. Así podrás comer como Dios manda lo que él te ha proporcionado.

SP

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