|
En el antiguo Israel, no había ningún momento en el que algún animal no fuera sacrificado y su sangre derramada. ¿Cuál era el propósito de esa carnicería?
Hace un par de años, tras diez días de viaje, regresamos a casa y vimos a nuestro vecino trabajando en la valla que compartimos. Yo había hablado con una mujer «mayor» hacía semanas, y había deducido que era la abuela. Aquella era mi oportunidad de conocer al resto de la familia, y comencé a hablar con un hombre de mediana edad que aparentaba estar cuerdo. Mientras hablábamos, le pregunté por la anciana. Parecía desconcertado. Dijo que no estaba seguro de a quién me refería, así que insistí en que había hablado con una anciana muy simpática y me preguntaba si tenían familiares visitándoles. «No -dijo-, solo somos mi esposa y yo». Desafortunadamente, no cerré la boca. Aparentemente esa parte de mi cerebro que conecta las neuronas para formular pensamientos coherentes no estaba funcionando. «Vi a una anciana aquí. Esto no tiene sentido». Por aquel momento mi esposa me estaba haciendo Señas, pero ni me di Cuenta. Entonces la «anciana» salió al patio. Mi vecino dijo: «Hola, mi amor» y al mismo tiempo yo exclamé: «¡Ahí está!». Estreché su mano con fuerza, era la prueba de que yo no estaba loco y triunfalmente anuncié que nos habíamos visto antes. Afortunadamente, ya sea porque lo ha olvidado, porque no se dio cuenta, o porque es extremadamente cortés, mi vecino y yo nos llevamos muy bien.
A veces cometemos errores, incluso pecamos, y no nos damos ni cuenta (lee Levítico 4). Necesitamos estar bajo la protección que la muerte de Jesús nos ofrece, hasta que tengamos la oportunidad de confesar nuestros pecados y hacer las cosas bien. La razón de todos los sacrificios que se hacían cada día, semana, mes y año (ver Levítico 16) era la de otorgar perdón hasta que tuvieran la oportunidad de darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Jesús nos protege a nosotros del mismo modo. Nosotros también tenemos que arrepentirnos cuando nos damos cuenta de que hemos cometido un error, y él nos ofrece protección a través de su sangre.
SP