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Una enérgica oradora que visitó mi universidad durante mi último año, nos enseñó cómo tener y mantener una actitud positiva, cómo incrementar nuestra confianza y cómo creer en nosotros mismos. Nos lo enseñó con una práctica que ella misma tenía. Al despertarse cada mañana, se acercaba al espejo, se miraba a los ojos y gritaba: «¡Eh, tú, cosa preciosa, no te mueras nunca!». Mientras todo el auditorio estallaba en carcajadas ante una práctica tan absurda, ella nos aseguraba que funcionaba. «Dite a ti mismo cada día que eres genial y que necesitas seguir viviendo, y no tardarás mucho en creértelo. ¡Te sentirás bien! ¡Te verás bien! Creerás que tu vida vale la pena y querrás mantenerte sano para vivir mucho tiempo», decía ella. Durante semanas, los alumnos que habíamos escuchado aquella conferencia nos decíamos unos a otros al cruzarnos por los pasillos: «¡Eh, cosa preciosa, no te mueras nunca!». Aquella expresión se volvió parte de nuestras vidas. A día de hoy dos de mis amigos todavía se saludan así ¿Y sabes qué? Después de un año usando esa expresión, de algún modo, todos nos sentíamos un poco mejor.
Dios sabe que repetir las cosas es importante, que hay cosas que no calan en nuestros corazones a menos que las digamos y las hagamos una y otra vez. Le dijo a Josué que si quería ser un exitoso líder de Israel, necesitaba meditar día y noche en la ley de Dios, para que nunca se alejara de sus pensamientos. Dios sabe que para que realmente creamos en sus leyes, estas deben formar parte de nuestras vidas. Todos y cada uno de los días de nuestra vida, cientos de cosas compiten por nuestra atención y lealtad. Si queremos que los caminos Dios sean más importantes que los del mundo, tenemos que mantenerlos constantemente en nuestras mentes y corazones.
¿Quieres que pase esto en tu vida? Pues una buena manera de empezar es que Dios comience a ser una prioridad cada mañana para ti.
MH