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Me he bañado en lugares bastante extraños. En Japón visité unas aguas termales públicas, conocidas como onsen, donde todo el mundo se baña desnudo en una gran piscina y sin ninguna preocupación. Si eso no fuera lo bastante raro para un tímido occidental, los pequeños baños de estilo jacuzzi tenían corrientes eléctricas que contraían cada músculo del cuerpo, supuestamente para ayudar a la circulación sanguínea, pero me marché cuando empecé a sentir que me iba a dar un ataque.
El baño más rápido que he tomado fue en un lago que recibía aguas glaciares. La temperatura del agua no era mucho mayor que la de un helado. Me froté el cuerpo y el cabello a toda velocidad y salí, prácticamente caminando sobre el agua, hasta la orilla. Incluso me he duchado en una caseta al aire libre cubierta por una lona, como no tenía piso, me llené de barro hasta los tobillos para intentar estar limpio (qué inutilidad). Pero nunca me he bañado en la terraza de mi casa; para mí eso no tiene gracia. Por supuesto, yo no vivo en el año 900 a.C., en el valle de Cedrón. Los pisos de aquellas casas estaban llenos de suciedad y eran bastante fangosos cuando llovía. Además, las normas sociales exigían no mirar nunca desde una casa a la azotea de enfrente, aunque parece que el rey David ignoró esa sutileza.
A medida que transcurre la historia, David va encadenando problemas, ya que primero se acuesta con Betsabé, luego trata de engañar a su esposo para eliminar las pruebas de su indiscreción. Cuando esto falla, hace que Urías muera en el campo de batalla. Pero la parte que me alucina es cuando el profeta Natán cuenta a David que un hombre rico había robado la única posesión de un pobre, una pequeña cordera, para servirla de cena a sus invitados. David se enfurece ante un acto tan bárbaro y declara que ese hombre debe morir. Como en una escena de una película de Hollywood, Natán señala con el dedo a David: «¡Tú eres ese hombre!». A veces vemos claramente los errores de los demás pero estamos ciegos ante los nuestros. No debemos criticar a nadie sin antes habernos echado un vistazo en profundidad a nosotros mismos.
GH