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Una vez, mi madre se disfrazó de varón para poder ir al dormitorio de su novio a conversar un ratito con él. Se puso una camisa, unos pantalones anchos y una gorra de béisbol, y nadie sospechó que fuera una muchacha. Mi padre una vez pintó un grafiti enorme en una de las paredes de su escuela, que todavía sigue allí hoy, nadie descubrió nunca que había sido él. Estos dos «salvajes» adolescentes llegaron con el tiempo a ser mis padres, y a mí me encanta que me cuenten historias de las locuras que hicieron en su juventud.
Si alguna vez te aburres, toma tu Biblia y lee los fascinantes relatos de la segunda mitad de 2 Crónicas. El pueblo de Israel le pidió al rey Roboam que aliviara el pesado yugo que su padre les había impuesto, a lo que él contestó: «Si mi padre fue duro, yo lo soy mucho más; si él les impuso un yugo pesado, yo lo haré más pesado todavía» (2 Crónicas 10: 10-11), ¡Qué hombre más malo! ¿Y qué me dices del rey Asa? Le «quitó la categoría de reina madre a Maacá, su abuela, porque había mandado hacer una imagen de Aserá» (2 Crónicas 15: 16) y, sin embargo, él se apartó de Dios en sus últimos años. A pesar de las advertencias del profeta, el rey Ahab de Israel fue a la guerra disfrazado para que no lo mataran y «un soldado disparó su arco al azar, e hirió de muerte al rey de Israel por entre las juntas de la armadura» (2 Crónicas 18: 33). «El rey de Israel tuvo que mantenerse en pie en su carro, haciendo frente a los sirios hasta la tarde, y murió al ponerse el sol» (vers. 34). Para conducir a su pueblo nuevamente a los caminos de Dios, Josafat envió a los levitas a Judá con el Libro de la ley. Cuando le pidió a Dios que le ayudara a derrotar a Moab y a Amón, Dios hizo que los dos ejércitos se enfrentaran el uno contra el otro y cuando el rey llegó, se encontró con un campo de batalla lleno de cadáveres (2 Crónicas 20). Cuando Joram se convirtió en rey de Judá, mató a todos sus hermanos y llevó al pueblo a la idolatría. Después, «el Señor lo castigó con una enfermedad incurable del estómago. […] Al cabo de unos dos años, los intestinos se le salieron [...], y murió» (2 Crónicas 21: 18-19).
Leyendo los relatos de estos reyes, veo una tendencia muy clara: los que siguieron a Dios, tuvieron éxito; los que no, terminaron fatal. Así de sencillo. ¿Por qué? Pues ya lo dice el versículo de hoy porque «el Señor está atento a lo que ocurre en todo el mundo, para dar fuerza a los que confían sinceramente en él». ¿Quieres ser una de esas personas? Pues entrega tu corazón completamente a Jesús.
MH