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RAZONES PARA AFEITARSE LA CABEZA

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«Toma un cuchillo afilado [...] y rápate la cabeza y la barba. [...] Divide tu pelo en tres partes. Cuando termine el ataque a la ciudad, quema una de las tres partes del pelo en medio de la ciudad; toma después un cuchillo, y corta otra de esas tres partes de pelo alrededor de la ciudad, y la parte restante lánzala al viento» (Ezequiel 5: 1-2).

Me senté en una banqueta en medio de una multitud burlona y muerta de la risa. Eran niños y maestros que gritaban al sonido de la rasuradora que se acercaba a mi cabeza. Cuando el frío acero finalmente hizo contacto con mi nuca, un escalofrío me recorrió la espalda. Sonreí como si se estuvieran riendo conmigo y no de mí, pero me preguntaba si el dinero habría valido la pena. Durante meses yo había estado trabajando para ayudar a financiar un viaje misionero a Nicaragua y, en la subasta de la escuela, alguien sugirió la brillante idea de subastar mi pelo. «¿Por qué no? -pensé-, total, nadie va a querer comprar mi pelo». Pues me equivoqué. A la señora mayor que se sentaba en la última fila le encantó aquella idea tan creativa. Así que ya ves, compró mi pelo por quinientos dólares. Al día siguiente, un lunes por la mañana, a la hora de la escuela, yo estaba sentado en una banqueta en el patio del recreo, esperando la rasuradora. Y no les bastó con un cortecito, sino que me raparon el pelo al cero. Aquella calva me tuvo pasando frío varias semanas.

Estoy seguro de que Ezequiel entendería mi dolor, pues él tuvo que hacer algo un tanto similar, excepto que después de raparse la cabeza Dios le ordenó que hiciera unas cosas muy extrañas con el pelo. Para llamar la atención del pueblo, Ezequiel tenía que representar las profecías y advertencias que Dios le estaba dando. En el capítulo 5 el Señor le indica que debe cortarse el pelo con un cuchillo afilado y después lanzar parte de ese pelo al viento, otra parte debía atarla al borde de su ropa, y otra más echarla al fuego para que se quemara. A veces Dios nos pide que hagamos cosas que parecen una locura al resto del mundo (y tal vez a nosotros tampoco nos tengan mucho sentido al principio). Pero la cuestión es que nosotros no podemos ver en qué acabará todo, mientras que Dios sí. Por eso debemos confiar en lo que Dios nos dice aunque no lo entendamos, porque él siempre tiene un propósito. No estoy diciendo que te afeites la cabeza, lo que estoy diciendo es que confíes en Dios incluso aunque no veas el propósito de lo que te pide que hagas.

GH

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