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El juicio comenzó el 30 de enero de 1992 y se convirtió inmediatamente en una sensación mediática. La gente exigía la pena de muerte antes incluso de que el jurado deliberara, porque el crimen había sido espantoso. Diecisiete personas habían sido asesinadas sin piedad. Jeffrey Dahmer, el hombre que estaba siendo juzgado, había sido acusado de matarlas, descuartizarlas y guardar sus miembros en bolsas de plástico en el congelador de su casa. Las pruebas en su contra eran tan abrumadoras que el juicio duró solamente dos semanas y resultó en un veredicto de culpabilidad por quince cargos de asesinato. Dahmer, que expresó su arrepentimiento, dijo que deseaba su propia muerte, pero fue sentenciado a casi mil años de cárcel, es decir, a quince cadenas perpetuas. Dos años más tarde dijo que se había convertido. Se bautizó y comenzó a asistir a la capilla de la cárcel cada semana antes de que otro preso lo matara.
La parte de esta historia que más me impresiona es la de la conversión. Los crímenes de ese hombre eran tan espantosos que me cuesta pensar «Dios lo ama y lo salvará porque se arrepintió de sus pecados». Jonás sentía lo mismo por la gente de Nínive. Eran asirios, y los asirios eran conocidos por la brutalidad y crueldad de sus métodos de conquista. Ciudades enteras se rendían ante sus ataques. Mujeres y niños eran atravesados con grandes estacas y dejados a la intemperie para que murieran. Así que no me extraña que Jonás prefiriera huir y ser echado al mar antes que darle una segunda oportunidad a Nínive, la capital de Asiria. Si Dios quería castigarlos, que los castigara, pero él conocía el amor y la misericordia de Dios, sabía que Dios perdona a todo el mundo, sea cual sea su pasado o su presente. Si va a destruir una ciudad, tal como advirtió a los ninivitas que sucedería mediante Jonás, Dios se asegura de que la gente tenga una oportunidad de cambiar y evitar el desastre. Así que supongo que el señor Dahmer, tú y yo tenemos las mismas probabilidades de ser objeto de la gracia divina.
GH