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MÍRATE A TI MISMO

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«¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no te fijas en el tronco que tú tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla que tiene tu hermano en el suyo» (Mateo 7: 3, 5).

Ocultas en un estante alto y polvoriento de mi habitación estaban un par de gafas de sol que me gustaría no haber tenido. Mi corazón se entristece cada vez que las veo, así que trato de esconderlas de mí misma. Pero no puedo, porque sé que son mías. Aún puedo ver la cara de la muchacha que me pidió que se las prestara. Yo era su maestra y en su cultura, la palabra «préstamo» era otra manera de decir que las quería conservar para siempre. Como eran muy bonitas, ¡le dije con firmeza que no! Pero ella volvió a pedírmelas y se molestó con mis negativas. Yo estaba enojada porque sabía que ella, astutamente, estaba recurriendo a mi compasión. ¡Cómo se atrevía a manipularme!

Al día siguiente, en la iglesia, entró su hermana mayor con la cabeza gacha. Llevaba una gorra de beisbol que le llegaba hasta los ojos. Se sentó en silencio en un rincón de la parte de atrás, sin levantar la cabeza. Solo una vez, cuando intentó hacerlo, lo vi: un ojo morado e hinchado. Resulta que la habían golpeado el día anterior y su hermana había venido a mí, su maestra de confianza, a pedirme unas gafas de sol para que no tuviera que pasar vergüenza. ¡Cómo metí la pata!

¡Qué fácil es juzgar! ¿Te justificas a ti mismo cuando señalas los defectos de otro? Si es así, mírate a ti mismo. Eso es lo que dice el versículo de hoy. ¿Cuándo fue la última vez que te detuviste a pensar en lo molestos que son tus hábitos y que los demás tienen que aguantarlos día tras día? Es fácil olvidar que nosotros mismos tenemos defectos cuando son los defectos de los demás los que nos molestan; pero no debemos olvidarlo. Además, es difícil saber cuándo alguien está sufriendo de verdad. Tal vez juzgamos con dureza cuando, en realidad, la persona a la que juzgamos tiene problemas.

¿Por qué no analizas «los troncos» que hay en tu vida? Pídele a Jesús que te los muestre. La próxima vez que te sientas tentado a juzga, recuerda que tú tienes suficientes problemas por los cuales preocuparte.

MH

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