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Es difícil olvidar una batalla de mayonesa entre dos mujeres adultas. No estoy segura de qué les sucedió a Alicia y a Helen aquella noche, pero algo las convenció de que una batalla de mayonesa sería el mejor modo de resolver sus diferencias. Al principio parecía que Alicia iba ganando, porque le hizo tremenda llave inglesa a Helen y le embadurnó el pelo y la cara. Pero Helen aprovechó la oportunidad para desparramar aquella cosa blanca por la blusa, los pantalones y los brazos de Alicia. La mayonesa corría por todas partes, mientras nosotros aplaudíamos a una distancia prudencial. Al final de aquella batalla de mayonesa, no había una clara vencedora. Las dos estaban resbalosas, grasientas y embadurnadas por igual. ¡Cómo apestaron el resto de la noche! Yo tuve que llevar a Alicia a su casa, así que mi auto siguió apestando toda la semana.
A veces nos «lanzamos cosas», unos a otros, pero lo único que logramos con ello es salir todos embadurnados. Estoy hablando de cosas como insultos, chismes, calumnias o dejar en ridículo a alguien. Creemos que así «manchamos» a la otra persona, pero nuestras manos también se quedan manchadas. Nosotros somos los que salimos perjudicados cuando intentamos dejar quedar mal a los demás.
Cuando Pablo escribió a los Gálatas sobre la libertad que tenemos en Cristo, les advirtió que no usaran «esa libertad para dar rienda suelta a sus instintos». Lo que debían hacer con aquella libertad era amarse y no devorarse unos a otros. Algunos insistían en que los nuevos creyentes debían seguir practicando los ritos del Antiguo Testamento, mientras que otros (entre ellos Pablo) decían que aquellos requisitos legales ya no estaban en vigor, Pablo fue acusado de ser un falso apóstol y advirtió a las gálatas de que si no cambiaban su conducta, todos perderían aquella batalla.
Jesús quiere que nos alejemos de conductas destructivas y mezquinas y, sin embargo, muchos de nosotros caemos en ellas todos los días. Es fácil, e incluso a veces nos gusta, acabar con la reputación de otro. Si tienes problemas de este tipo, recuerda que la única solución es la que Pablo sugiere: aprender a amar y a aceptar a los demás.
MH