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Liam y yo trabajábamos en una oficina de telemarketing haciendo cientos de llamadas telefónicas al día. Después de ocho horas de oír malas palabras y de aguantar que nos colgaran el teléfono, la mayoría de los empleados acababan hartos. Liam, que trabajaba a mi lado, se dio cuenta de que yo no respondía al estrés de la misma manera que los demás. Se fijó en que yo no salía afuera a fumarme un cigarrillo para calmarme los nervios, y tampoco decía malas palabras ni me enojaba cuando algún iracundo me gritaba. Sentado a mi lado día tras día, observándome, llegó a la conclusión de que yo era diferente. Por fin tuvimos la oportunidad de hablar de religión. Yo no había hecho nada especial, simplemente era diferente y eso resultaba atractivo.
Los agujeros negros son regiones del espacio que atrapan a toda partícula que se acerca a ellos, incluso la luz. Su intenso campo gravitatorio hace que cualquier cosa que se les acerque, comience a caer en su agujero. Esa superficie alrededor del agujero negro que atrae a los objetos se conoce como «horizonte de sucesos». Una vez cae en él, todo tipo de materia queda atrapada sin remedio. Los cristianos hemos de ser como «horizontes de sucesos». Nuestras vidas deben ser tan atractivas que la gente sienta ese magnetismo y se acerque a nosotros; entonces, nosotros hemos de llevarlos a una relación con Jesús. Las personas que pasan tiempo con nosotros deben darse cuenta de que somos diferentes. ¿Y qué es lo que nos hace diferentes? Pablo nos da una lista de nueve cosas que hacen que los cristianos seamos diferentes. Las llama «el fruto del Espíritu».
Al principio la lista parece sencilla y uno cree que puede hacer todas esas cosas. Yo misma creía que podía ser amable, fiel y humilde, hasta que me di cuenta de que cuando me alejaba de Dios dejaba de tener esas cualidades y me volvía una persona infeliz, egoísta y dura. Dios es el que pone en nosotros esas cualidades y nos permite con ellas atraer a los demás hacia él. Nosotros no podemos dar esos frutos por mucho que lo intentemos; es el Espíritu Santo quien los produce, obrando en nuestras vidas. Si te faltan alguna de esas cualidades, pide al Espíritu de Dios que las ponga en ti.
GH