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SE CUENTA QUE, un día en el que su patrón hablaba con otro como pañero sobre los defectos y las virtudes de la humanidad, llamaron a Esopo para que diera su opinión.
-La mayor virtud y el peor defecto están en venta en el mercado -dijo Esopo.
-¿Qué? -se sorprendió su amo-. ¿Estás seguro de lo que estás diciendo?
-Sí, y puedo demostrarlo si me lo permite -afirmó Esopo.
Y salió al mercado. Poco después, volvió trayendo un pequeño paquete. Al abrirlo, vieron que contenía la lengua de un animal.
-¿Qué es eso que traes ahí? -preguntó el amo.
-Es una lengua. La lengua es la mayor de las virtudes -explicó Esopo-. Con ella podemos consola, enseñar, aliviar y aconsejar, entre otras cosas buenas. Bien usada, la lengua es la mayor de nuestras virtudes.
-Tienes razón -concordó el amo-. Y ya que eres tan listo, ¿por qué no me traes ahora el peor defecto?
-Aquí mismo está, delante de usted-continuó diciendo Esopo. -¿Dónde? —quiso saber el amo. -Ahí mismo, en ese paquete. El peor de nuestros defectos es también la lengua. A través de ella mentimos y con ella maltratamos a los demás y decimos cosas vulgares. La lengua es la mayor de nuestras virtudes, si la utilizamos bien. Pero si no sabemos emplearla con prudencia y sabiduría, es el peor de nuestros defectos. Y nos puede meter en unos líos monumentales.
Esta misma reflexión que se hacía Esopo, la vemos explicada en la Biblia. El apóstol Santiago nos advierte que debemos utilizar nuestra lengua de la manera correcta. Claro que no es la lengua, sino el cerebro, quien expresa las ideas, pero el mensaje está muy claro: hablemos poco y bien, y no utilicemos nunca la lengua para hacer daño a nadie.
Hoy, vamos a pedirle a Jesús que nos enseñe a utilizar la lengua con sabiduría. Que nuestra manera de hablar sea la mayor virtud que tengamos, y no nuestro peor defecto.