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¿TE ENOJAS MUCHO? ¿Tal vez con tus hermanos, tus compañeros de futbol o con tus amigas? Hoy y mañana, te voy a contar una fábula sobre el enojo.
Había una vez tres hermanos huérfanos que vivían con su abuela. El mayor quiso irse de la casa para probar fortuna. La abuela no quería que se fuera, pero él se fue, y pidió trabajo en el palacio de un rey. Había tres puestos vacantes: mantener el jardín, cultivar el huerto o cuidar del príncipe. «Cuidaré del príncipe», dijo. Pero ese trabajo tenía una condición: «El que se enoje, se tiene que ir».
El joven comenzó a trabajar al día siguiente. A la hora del desayuno, le pidieron que llevara al niño al parque, así que no pudo desayunar. Al almuerzo, el niño quiso salir al patio, así que el joven no almorzó. «A la cena comeré», pensó. Pero a la hora de la cena, el niño quiso jugar. El joven no comió bocado en todo el día. A la mañana siguiente, el rey le preguntó: «¿Estás enojado?». «¡Por supuesto! -respondió el muchacho-. Ayer no comí nada en todo el día». Por haberse enojado, el rey lo echó. Mientras, en casa de la abuelita, el segundo hermano dijo que también quería irse a probar fortuna. Y le sucedió exactamente lo mismo que al primero. Sin embargo, el tercer hermano fue más astuto. Queriendo también ganar dinero, dejó a la abuelita, que se quedó triste y sola, y acordó con el rey cuidar de su hijo. «El que se enoja, se tiene que ir», le dejó claro el rey. Y el joven aceptó la condición.
El primer día, en cuanto se sentaron a desayunar, al niño se le antojó salir al patio. El joven agarró la mesa, con comida y todo, y la trasladó al patio. Mientras el niño jugaba, él desayunaba. A la hora del almuerzo, hizo lo mismo. E igual a la cena. Por eso nunca se enojó. «Si esto sigue así, algo le va a pasar al príncipe», le dijo la reina al rey. Y así fue como el rey decidió enviar al joven a trabajar a la hacienda.
¿Quieres saber qué pasó después? No te pierdas la reflexión de mañana. Y hoy, intenta no enojarte con nadie.