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Ml AMIGA MARGY, que también es esposa de pastor como yo, me contó algo que ella hacía cuando tenía más o menos tu edad. Pero para entender por qué se comportaba así, hay que explicar antes que ella era la pequeña de tres hermanos. Cuando ella nació, sus hermanos tenían siete y ocho años respectivamente. Cada vez que sus hermanos hacían alguna travesura, ella acudía inmediatamente a su papá: «Papá, ellos dos se están portando mal»; «Ellos son los que rompieron el vidrio»; «Papá, ven, que mis hermanos quebraron un jarrón». ¿Te resulta familiar? A lo mejor en tu casa sucede lo mismo.
El papá de Margy tenía una correa de cuero, que utilizaba para castigar a sus hijos, pero solo la usaba con los hermanos de Margy porque ella siempre les echaba a ellos dos la culpa de todo. A veces, cuando los hermanos mayores escondían la correa del papá para que no les pegara, Margy iba a acusarse: «La enterraron en el patio»; «La escondieron en el armario». Ningún secreto estaba a salvo con Margy.
Un día, cuando ya Margy tenía siete años, decidió salir de la casa sin permiso y pasó la tarde con una amiguita. En la noche, preocupados, los papás llamaron a la policía. Cuando por fin encontraron a Margy, el papá le dijo: «Mi amor, yo nunca te he pegado, pero hoy lo mereces por haberte ido sin permiso». Y, con la correa, le pegó. Al otro día, fue Margy quien juntó a sus hermanos para esconder entre los tres aquella correa. La escondieron tan bien, que el papá nunca la encontró y nunca más les pegó con ella.
¿Recuerdas la historia de Amán y Mardoqueo? Se parece mucho a esta, porque el que iba a cazar al otro, finalmente resultó cazado, igual que mi amiga Margy. Amán quería la muerte de Mardoqueo, pero fue Amán quien recibió el castigo que quería darle a un hombre justo. Lee la historia en Ester 5: 9-14.
¿Sabes? Tenemos que tener mucho cuidado de no hacerle daño a nadie, porque algún día podemos ser nosotros quienes estemos en su lugar.