|
CUENTA UNA FÁBULA que había una vez una rosa roja que se sentía de maravilla porque era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, había algo que le amargaba la vida: la gente no se acercaba a olerla. Cuando los transeúntes la veían, mantenían la distancia. «¿Por qué nadie se acerca?», se preguntaba la rosa. Hasta que un día descubrió el porqué: al lado de ella estaba siempre un sapo grande y verde, que daba miedo. ¿Quién iba a querer acercarse a la rosa con semejante sapo al lado? ¿Tú te acercarías?
Enojada por este hecho, la rosa decidió hablar con el sapo:
-Necesito que te vayas porque me espantas a la gente.
-Está bien -aceptó el sapo sin rechistar-, si eso es lo quieres, me voy.
Y se fue.
Poco tiempo después, el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al verla marchita, sin hojas ni pétalos.
-¿Qué te pasa? —quiso saber el sapo-. Tienes muy mala cara.
-Que desde que te fuiste, las hormigas me han ido comiendo y nunca he vuelto a ser la misma -le explicó la rosa.
-Claro -añadió el sapo-, yo era el que te protegía de las hormigas. Me las comía y por eso no te hacían daño. Gracias a mí, tú eras la rosa más bella del jardín.
Algunas veces tenemos cerca de nosotros a personas que nos hacen bien y no sabemos valorarlas. Por ejemplo, los maestros, tan impertinentes con las tareas, pero nos hacen aprender y ser cada días más listos. Tu hermanito pequeño o tu hermana mayor, que te saca de quicio pero te da amor y amistad y te ayuda a desarrollar la paciencia. O papá y mamá, que son tan regañones, pero que sin ellos no serías la persona sana y feliz que eres. Lo mismo sucede con Jesús: sin su presencia, estaríamos perdidos, solo que a veces no nos damos ni cuenta. ¿Qué te parece si nos tomamos unos minutos paravalorar y dar gracias por esas personas de nuestra vida que no deben pasar desapercibidas? Y sobre todo, por Jesús.