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SE CUENTA QUE, hace muchos años, hubo un rey coreano que vivía en el palacio de Gyeongbokgung. Este monarca era ya muy mayor y estaba preocupado por quién le sucedería en el trono. Tenía dos hijos, así que debía elegir a uno de ellos para que fuera el futuro rey. Pero tenía que elegir bien, o de lo contrario, el hermano no elegido podría hacerle la guerra al futuro rey.
El monarca decidió ponerlos a prueba a los dos. Los envió al ejército y los dos regresaron como héroes; les encargó tareas difíciles, y los dos las hicieron a la perfección. Ninguno era mejor que el otro en cuestiones de fuerza e inteligencia. Por eso el padre decidió someterlos a una última prueba.
A cada uno de los dos se le dio un arco y una sola flecha, y les vendaron los ojos. La prueba consistía en que, de un solo intento y sin poder ver, debían matar a una gallina, guiándose únicamente por los ruidos que hacía. Todo estaba listo. Alguien trajo la gallina en una caja donde estaban también sus pollitos. Soltó a la gallina en un extremo del patio y colocó la caja con los politos en el otro extremo. Al instante, la gallina empezó a cacarear, desesperada por no tener con ella a sus pequeños. Los pequeños también gritaban, desconsolados. ¡¡¡Zasssss!!!!, disparó uno de los hermanos. Y su certero disparo mató a la gallina. Mientras la flecha de él surcaba el aire, el otro hermano había destensado su arco para no disparar.
-¿Por qué no has disparado? -le preguntó el rey.
-Porque tuve lástima de la gallina y de sus pollitos, no quería dejarlos sin mamá.
El rey decidió en ese instante que el hijo que no había disparado sería el futuro monarca. A veces pensamos que el mejor es el más fuerte, o el más popular, o el que primero actúa, pero no es así. El mejor es el más humilde, el que sirve a los demás y el que muestra compasión. Los que son así, estarán en la tierra nueva al lado de Jesús, que era humilde, servicial y compasivo, y nunca fue cruel con ningún animal. Por eso el mejor es siempre Jesús.