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EXISTIÓ HACE TIEMPO, en un lugar llamado isla Gorgona, una cárcel que era conocida como la Alcatraz colombiana. Se la conocía así por tres razones: 1) porque los delincuentes que llegaban allí muy difícilmente lograban escapar con vida; 2) porque el trato que recibían dentro por parte de los funcionarios y de los demás presidiarios era durísimo; y 3) porque allí siempre enviaban a lo peor de lo peor, es decir, a hombres que habían asesinado y habían hecho cosas realmente malas y feas.
Lo primero que les hacían a los reclusos cuando llegaban a esa prisión era quitarles su identificación personal. A partir de aquel momento ya nadie los llamaba por su nombre, sino que le daban un número. Así los despersonalizaban, les quitaba su identidad y lo que los hacía únicos y especiales. Después, los presos tenían que acostumbrarse a convivir diariamente con serpientes venenosas y horribles mosquitos que les transmitían terribles enfermedades tropicales. De hecho, muchos presos morían por estas razones. Aquella cárcel era tan mala como un campo de concentración de esos de la Segunda Guerra Mundial.
Dentro de las celdas no había ningún tipo de comodidades. Para dormir, los presos se acostaban en duras tablas de madera; nada de colchones ni de superficies mulliditas. Tampoco había baños; únicamente agujeros en el piso. No existía privacidad, ya que para controlar a los internos, los muros de dentro del edificio eran bajitos de modo que siempre se pudiera ver lo que todos estaban haciendo. En fin, aquel lugar era el símbolo de la desmotivación total. Con razón muchos morían, bien asesinados, de enfermedad o de tristeza y soledad.
¿Sabes? Hay mucha gente en el mundo que se siente desmotivada. Están solos, tristes, sin ganas de seguir viviendo. Se sienten como presos en una cárcel. Esas personas necesitan que les llevemos una palabra de esperanza, que les enseñemos el evangelio. Pregunta en tu iglesia qué pueden hacer como grupo para llevar a las personas tristes y deprimidas el mensaje de la Biblia.