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LO QUE LE PASÓ a una abuelita viuda de Orem, Estados Unidos, me pone de muy malhumor. Y todavía me duele más porque sé que todos los días, las personas mayores reciben indiferencia y maltrato de parte de la sociedad, que parece considerarlos sin valor. Pero están muy equivocados.
Betty Prey tenía setenta años cuando fue arrestada por la policía y encerrada en la cárcel una mañana entera por el «grave delito» de no regar el pasto de su casa. Hacía más de un año que Betty no regaba su jardín porque apenas tiene dinero para sus gastos, y dejar que el pasto se seque parece ser delito en Orem. La policía no tuvo consideración con ella por ser una ancianita, y por nunca haber hecho mal a nadie en su vida. Tampoco los policías fueron amables con ella cuando la llevaron a la cárcel, la trataron con bastante rudeza. Eso sí, el que la llevó a casa por la tarde «fue un verdadero caballero», según ella misma dice.
¿No te parece un poco triste que haya gente que no sea delicada con los ancianos? ¿A ti te gustaría ver a tu abuelita en la cárcel, esposada y tratada con rudeza por desconocidos, solo porque no tiene dinero para regar el jardín? Yo creo que eso es demasiado injusto. Y creo también que todos somos injustos cuando contestamos mal a las personas mayores porque no tenemos paciencia con ellos; cuando les gritamos porque no oyen bien y decimos «qué sordo estás»; cuando ignoramos sus necesidades y deseos porque queremos irnos con nuestros amigos o jugar a la play o que nadie nos moleste.
Dios desea que tengamos respeto a todas las personas, pero en especial a las personas mayores, que ya no pueden defenderse. Tener respeto hacia ellas no es simplemente no hacerles daño, sino ayudarles en sus dificultades, tratarlas bien y ser cariñosos con ellas. La Biblia da mucha importancia a esto, por eso nos dice: «Trata a los jóvenes como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza» (1Timoteo 5: 1-2).