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¿HAS VISTO ALGUNA VEZ a un animal de dos cabezas? Yo, en la televisión, sí. Un día vi un programa de animales con dos cabezas y me quedé impresionada. Hay quien puede pensar que mejor sería tener dos cabezas que una, pero tener dos cabezas no es ninguna ventaja, y en ese programa quedó demostrado. Voy a explicarte por qué.
Los casos reales eran: un cerdito que nació con dos cabezas y se volvió toda una celebridad, y una tortuga de dos cabezas que nació en Nueva York. Ahora fíjate en la cuestión: aunque esos animales tienen una cabeza que parece ser la dominante, nunca se ponen de acuerdo en el lugar al que quieren ir. Por eso andan de un lado para el otro. Cada una de las cabezas tiene su propio cerebro, que piensa por sí mismo y por lo tanto toma sus propias decisiones. Pero el resto de los órganos del cuerpo los comparten, así que, ¿a qué cerebro obedecerán los órganos? No saben a cuál seguir, y por eso se mueven esos animales de una manera desorientada, ¡¡¡Es que están desorientados!!! No saben quién manda.
Tener dos cabezas es un problema en la naturaleza física, pero no en la naturaleza espiritual, siempre y cuando sepamos quién manda. Me explico. Tú tienes una sola cabecita física, pero esa cabecita no tiene que tomar todas las decisiones por ella misma, sino llevarlas primero a Jesús para saber si él las aprueba. Jesús es el que nos dice lo que está bien y lo que está mal, él es la cabeza de su iglesia. Entonces, espiritualmente, tenemos dos cabezas: la que Dios nos puso sobre el cuello, y la que puso sobre sus hijos, que es Jesús. A la hora de tomar decisiones, no tenemos por qué estar desorientados, porque Jesús es quien nos indica qué dirección tomar.
Antes de tomar cualquier decisión importante, pídele opinión a Jesús y mira qué dice la Biblia sobre el asunto. Decide hacer lo que Jesús te indique. Deja que él sea tu cabeza.