Regresar

El Padre nos ama

Play/Pause Stop
«Miren cuánto nos ama Dios el Padre». Juan 3: 1

AQUEL INCIDENTE QUEDÓ GRABADO en mi mente y aún lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer. Para ser sincero no sé cómo explicar lo que me ocurrió. Debí poner primera, y puse reversa; debí frenar, y lo que hice fue acelerar. Como resultado de mi confusión destruí la cerca de una casa, estuve a punto de atropellar a una mujer y arruiné la parte trasera de la camioneta. Por supuesto, me puse muy nervioso, pero no solo por la camioneta, la casa de la vecina y la mujer que estuvo a punto de morir, sino por la forma como mi padre reaccionaría cuando se enterara de lo sucedido.

Cuando llegué a la casa, él se estaba bañando. Con voz temblorosa, lo llamé: «Papi...». El tono de mi voz le dio a entender que algo malo había ocurrido; así que antes de que terminara de hablar, me preguntó: «¿Chocaste la camioneta?». De inmediato salió. Yo creí que me iba a dar una buena regañada, pero lo único que atinó a decir fue: «¿Estás bien? ¿Hay que llevarte al médico? ¿Te pasó algo?».

En ese instante su preocupación no era la camioneta, ni los daños que pude haber causado a terceras personas. Toda su atención se centró en mí, en su hijo. Así son los padres. Para un verdadero padre no hay nada más importante que su hijo. ¿Será nuestro Padre celestial diferente a nuestro padre terrenal? ¡Claro que no! «El Señores, con los que lo honran, tan tierno como un padre con sus hijos» (Salmo 103: 13).

Sin embargo, por razones que no logro entender, en ocasiones suponemos que nuestro Padre celestial es un personaje arbitrario, malhumorado, siempre listo para castigarnos. Nada más divorciado de la realidad. La Biblia presenta un Padre celestial que entregó a su Hijo a fin de salvarnos a todos. Él se preocupa más por nosotros que por nuestras acciones. Él nos ama a pesar de nuestros errores y desatinos. El texto más conocido de la Biblia lo describe muy bien: «Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). Ya lo dijo Ellen G. White también: «Del corazón del Padre es de donde manan para todos los seres humanos los ríos de la compasión divina demostrada por Cristo» (El camino a Cristo, cap. 1, p. 18).

¡Qué grandioso Padre tenemos!

J. Vladimir Polanco

Director de la revista Prioridades.

Matutina para Android