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EL TEXTO DE HOY ha sido el marco de referencia de mi vida adulta. Nací y me crie en una familia adventista, pero al igual que algunos de mis amigos, consideraba que la influencia de casa era demasiado restrictiva, y pensaba en cómo sería mi vida fuera de ese ambiente. Los amigos que no eran de la iglesia parecían disfrutar mientras yo me debatía entre vivir la vida que me habían enseñado o intentar vivir como ellos. Sin embargo, los valores que me habían enseñado ejercieron su influencia y me mantuve dentro de la iglesia hasta que tomé mi decisión personal de seguir a Cristo. A los catorce años, entregué mi vida al Señor mediante el bautismo, una decisión que nunca he lamentado.
Un amigo cercano decidió estudiar para ser pastor. Yo me resistí incluso a la mera idea de hacerlo; en lugar de eso, decidí introducirme en el mundo del servicio al ciudadano y, después, en el negocio de los seguros de vida. Me iba bien económicamente y ahora estaba felizmente casado, pero dentro de mí había un sentimiento de vacío e insatisfacción. Fue entonces cuando permitía Dios que ocupara el asiento del conductor en mi vida, ¡y desde allí todo fue diferente!
Dios cumplió en mi vida la promesa de las Escrituras: «Ten presente al Señor en todo lo que hagas, y él te llevará por el camino recto» (Proverbios 3: 6). El mismo sábado en que me ordenaron como anciano, el sentimiento abrumador de preparar me para ofrecer un mayor servicio a la iglesia nos mantuvo a Shirnet, mi esposa, mi gran apoyo, y a mí despiertos hasta las dos de la madrugada, debatiendo la decisión. Entonces me di cuenta de que no había escapatoria. En cuestión de dos semanas, estaba sentado en un salón de clases en la Universidad del Norte del Caribe, preparándome para el ministerio.
Hay una canción popular que dice: «No es un secreto lo que Dios puede hacer; lo que ha hecho por otros, lo hará por ti».
Confía en él, completamente, ámalo sinceramente, deja en sus manos el volante y ¡él guiará tu camino!
Leon B. Wellington
Jamaica