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¡Llegó la luz!

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«Pero él me dijo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo». 2 Corintios 12: 9, NVI

CUANDO ERA PEQUEÑA asistía con mis padres a la Iglesia Adventista. Por parte de mi padre, la mayoría de mi familia es adventista; sin embargo mis padres dejaron de asistir a la iglesia cuando yo tenía unos siete años. Una de mis tías tenía la costumbre de pedirle permiso a mis padres para que mi hermana y yo pudiéramos ir los fines de semana a su casa y asistir con ella a la iglesia. Pero al llegar a la adolescencia mis visitas a la iglesia fueron disminuyendo cada vez más.

Cuando cursaba el cuarto año de la carrera de Medicina mis padres decidieron divorciarse. Ese fue uno de los momentos más amargos de mi vida y me marcó para siempre. Sentía que la vida no tenía sentido para mí, ya no habían sonrisas en la casa, una oscuridad invadía mi hogar, eran noches de insomnio, habían muchas preguntas sin respuestas y como resultado me deprimí, sentía que no valía la pena seguir viviendo.

Un día mi tía llamó a mi mamá y nos invitó a la iglesia. Mis hermanos accedieron sin problema, y aunque yo no tenía muchos ánimos de ir accedía asistir. Luego de ese primer culto empezamos a asistir sábado tras sábado a la iglesia. Muchas veces llegaba solo a la hora del culto porque tenía clases en la universidad, pero seguí asistiendo.

Uno de los diáconos comenzó a darnos estudios bíblicos y empecé a leer la Biblia en casa. Cada vez que la abría encontraba esperanza y fuerzas para seguir adelante. Hubo una semana en la que sentí constantemente la necesidad de leer Romanos 6. Cuando lo hice comprendí que Dios me estaba invitando a entregarle mi vida por medio del bautismo.

El 16 de abril del 2011 entregué mi vida a Cristo y desde entonces he sentido su grandeza en mi vida. La situación que me deprimió fue la misma que me condujo a Cristo.

Como dijo Pablo, nuestros momentos de mayor debilidad nos permiten apreciarla maravillosa gracia de Dios.

 

Yojhami Castrellón

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