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ME ENAMORÉ LOCAMENTE de Jesús cuando tenía tan solo quince años y en contra de toda mi familia decidí bautizarme. Ese mismo año terminaba mi bachillerato, así que debía comenzar la universidad, pero como sucede muchas veces, algunas cosas que consideramos bendiciones pueden ser en realidad obstáculos en nuestra vida espiritual. Recibí del gobierno una «beca H», o sea, una beca de honor. El gobierno me pagaría por estudiar biología marina en la Universidad Nacional, así que empecé a estudiar.
Mientras cursaba el segundo año de carrera el ambiente empezó a tornarse pesado, mis compañeros alumnos y los maestros, ateos en su mayoría, se burlaban de mí por creer en un Dios presente, creador y sustentador. Por lo tanto, decidí no continuar en un ambiente que pudiera minar mi fe. Así que tomé la decisión y antes de llegar a casa tiré mis libros y cuadernos.
Al llegar, compartí con mi hermana mi decisión. Medio una gran reprimenda y me obligó a regresar y recoger mis libros, lo que tuve que hacer por ser menor. El ambiente en la universidad se volvía cada día más hostil hasta que ya no pude soportarlo y un día, al pasar por un puente lancé mi mochila con todos los libros hacia abajo. Ya no me mandarían a recogerlos. Al llegar a casa declaré con firmeza que me iría a la Universidad Adventista de Centroamérica.
Dos semanas después, cuando ya creía que había ganado la batalla y que mi familia había aceptado mi decisión, llegó mi hermana con la embajadora de Italia a entregarme una beca completa para seguir mi carrera en Italia. Eso significaría abandonar mi fe. ¿Qué hacer? Con la débil fe de una jovencita de diecisiete años me aferré a Filipenses 4: 13 y decidí enfrentar a mi familia, rechazar la beca e irme a UNADECA. Mi hermana, atea también, me dijo: «Creí que eras inteligente, no vas a llegar muy lejos con esas ideas».
Los años han pasado y alabo a Dios porque me fortaleció al tomar esa decisión, no solo terminé mi licenciatura, sino que también logré proseguir mis estudios y hoy tengo un doctorado.
Así de simple, así es Dios, él siempre multiplica sus bendiciones cuando nosotros restamoslo que el mundo nos ofrece.
Xenia Gamboa Mora
El Salvador