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¿ALGUNA VEZ TE HAN LLAMADO por teléfono y con voz melodiosa y amable te han ofrecido algún producto? Un día pasé por esa experiencia. Teresa, una vendedora de una prestigiosa compañía telefónica me ofreció adquirir el mejor teléfono que había en el mercado, obviamente el precio era exorbitante. Cuando rechacé la oferta, Teresa insistió y buscó dos «clientes» más para formar un grupo, ya que así la renta sería más económica. Acepté, pues me pareció una buena oportunidad y al mismo tiempo me convertí en el garante de las otras dos personas.
Durante el primer mes todo transcurrió con normalidad, pero en el segundo mes Teresa renunció a la empresa y nunca más supe de ella. Durante dos años me vi obligado a pagar la renta de los tres equipos y en dos ocasiones estuve a punto de ir a prisión. Tuve que hacer varios sacrificios para poder realizar los pagos.
Faltando tres días para que el contrato terminara no había reunido el dinero necesario, así que oré pidiéndole a Dios una respuesta. Al día siguiente, una como pañera de trabajo se acercó para regalarme el 90% de la cantidad que necesitaba. Estaba perplejo, no podía creer lo que estaba pasando. Mi compañera tampoco podía explicarlo, solo «sentía» que debía hacerlo. Finalmente, el día que debía pagar la deuda llegó. Ese día la empresa donde trabajaba realizó una actividad de fin de año, pero yo me retiré temprano pues era viernes y quería recibir el sábado e ir a la iglesia. Cuando iba a mitad de camino regresé por algo que había olvidado. Al entrar nuevamente me entregaron un sobre con dinero en efectivo y ¡era justamente la cantidad qué necesitaba!
Dos lecciones aprendí de mi experiencia. La más importante y primera es que Dios siempre provee. Lo hizo por mí y lo puede hacer por ti. La segunda lección es que «no todo lo que brilla es oro», como dice el adagio. Cada día nos bombardean para que compremos cosas que no necesitamos y muchas veces caemos en la trampa y contraemos deudas que no podemos pagar.
Hoy te quiero invitar también a administrar tu dinero sabiamente, no creas en todas las «promociones» que te presenten. Procura manejar tu dinero como un buen mayordomo de Jesucristo.
Josué Norberto
México