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RECUERDO EL DÍA EN EL QUE EL DINERO llovió desde las ventanas del cielo, como el texto de arriba promete. Tenía alrededor de catorce años y necesitaba ir al médico. Viniendo de una familia muy humilde, mis padres no tenían los cien dólares [de las Islas Caimán] necesarios para pagar la consulta. Sin embargo, mi madre decidió que mantendríamos la cita, pues ella creía que de algún modo el Señor proveería. Ese día aprendía confiar en Dios a través de la fe de mi madre.
En nuestro camino a la consulta del médico, hicimos una parada rápida en el supermercado. Mi madre abrió su bolso y sacó un billete de veinticinco dólares y dijo: «Esto es todo el dinero que tengo, hijo». Sin embargo, sin dejar de buscar en su bolso, abrió otro apartado y en él había un rollo de billetes de un dólar. De inmediato lo celebré, pensando que había encontrado algo de dinero oculto del que no se había dado cuenta previamente; pero mi entusiasmo se apagó rápidamente cuando mi madre dijo: «Ese dinero no es mío, pertenece al Señor».
Nunca olvidaré lo que sucedió a continuación. Era un día con mucho viento y mi madre había estacionado su vehículo en un estacionamiento grande sin otros coches cerca, lejos de la entrada de la tienda. Y sucedió en ese momento. Cuando abrí la puerta del coche, casi pisé un billete de cien dólares que se encontraba sobre el pavimento. Pero hay más. El texto bíblico dice que Dios derramará una bendición tan grande que no habrá espacio suficiente para recibirla. Inmediatamente después encontramos otros dos billetes idénticos, por lo que ahora teníamos trescientos dólares, más que suficiente para pagar la visita al médico.
Mi fe se vio reforzada y aprendía poner siempre a Dios en primer lugar.
Si has dudado de él en el pasado, ¿por qué no decidirte hoy a ponerle en primer lugar?
Él también lo desea, y él puede literalmente abrir las ventanas del cielo y derramar sobre ti más bendiciones de las que puedes albergar.
Al Richard Powell
Director de Ministerios Juveniles de la División Interamericana