|
LAS CAMPAÑAS de evangelización son el contexto ideal para ser testigos de milagros que ocurren gracias a la oración. Trabajaba como líder de una de esas cruzadas en una zona rural. Una gran cantidad de personas asistía cada noche y había muchas peticiones de que visitáramos sus hogares. Una tarde, cuando el sol calentaba con toda su fuerza, pasamos frente a una casa sencilla que no tenía puertas. Un caballero cantaba en su hamaca. Nos acercamos y le preguntamos si hacía poco que había regresado del trabajo. Con sorpresa, nos contestó:
-Hace veintidós años que estoy en esta hamaca sin poder levantarme.
Nos contó que, cuando estaba recién casado, tuvo un accidente que lo había dejado paralítico del cuello hacia abajo. Todas las mañanas, su esposa lo colocaba en esa hamaca para volver a depositarlo en su cama a la noche.
Hacía tres años, al no soportar más su condición, había querido quitarse la vida. Sin embargo, alguien había llegado con el mensaje del evangelio. Le habló del poder de Cristo Jesús y de su gracia salvadora. Le aseveró que Cristo le daría un nuevo cuerpo, totalmente renovado, en su segunda venida. Aceptó a Jesús como su único salvador y se bautizó.
-Desde ese momento, hay gozo en mi corazón y tengo esperanza de ver a Jesús venir en gloria y majestad. Todos los días elevo una oración de gratitud a mi Dios por haberlo conocido, y estoy feliz porque Cristo vendrá pronto a buscarme. Por eso canto mientras estoy en mi hamaca. Aunque no puedo levantarme, un día el Señor lo hará posible -concluyó.
¿Elevas tú una oración de gratitud a Dios todos los días por haberte redimido? ¿Estás feliz porque Cristo es tu salvador? ¿Esperas con ansias la venida de nuestro Señor Jesucristo? San Pablo nos aconseja: «Dedíquense a la oración. Perseveren en ella con agradecimiento». Cada día, meditemos en lo bueno que es Dios con nosotros y en su gran bondad que nos otorga vida y salud. Vayamos a Dios con gratitud también cada mañana y, en nuestras oraciones, expresemos cuánto lo amamos y deseamos que venga pronto a buscarnos. Elevemos nuestra voz como el salmista: «A ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre» (Salmos 30: 12).