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LA MEDIDA DE LA ESPIRITUALIDAD

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«Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2: 20).

CUANDO PABLO DICE «Con Cristo estoy juntamente crucificado», implica que hemos muerto al pecado, que participamos con Cristo en sus sufrimientos, que oramos como él ora, que amamos como él ama, que confiamos como él confió en su Padre. Cuando dice «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí», se refiere a una renuncia interior, que nos hemos despojado de todo orgullo propio y suficiencia, y le hemos cedido el lugar a Cristo en nuestro corazón, Nos entregamos al bienestar de los demás y vivimos en unidad con nuestros hermanos.

A pesar de tener un cuerpo físico, somos espirituales, Cristo vive en nuestro corazón: «Cuando Cristo mora en el corazón, la naturaleza entera se transforma. El Espíritu de Cristo y su amor enternecen el corazón, subyugan el alma y elevan los pensamientos y deseos a Dios y al cielo» (E. G. White, El Camino a Cristo, pág. 73). «El que se une al Señor, un espíritu es con él» (1 Corintios 6: 17). Es por eso que «la única defensa contra el mal consiste en que Cristo more en el corazón por la fe en su justicia» (White, El Deseados de todas las gentes, pág. 29l).

Junto con el apóstol Pablo, podemos decir que Cristo es todo para nosotros: esperanza, seguridad, el camino y la vida eterna. Sin él, no podemos hacer nada que nos prepare para el cielo. Únicamente en Cristo seremos salvos por la fe.

Si el corazón no está transformado por el poder santificador del Espíritu Santo, no podremos vivir para Cristo, sino para el yo. Pero si el corazón ha sido transformado a la semejanza de Jesús, entonces viviremos en Cristo. Él morará permanentemente en nosotros, y nosotros en él. La paz de Dios, que supera todo entendimiento, guardará nuestro espíritu y nuestro corazón por medio de Cristo Jesús.

Hoy, rindamos nuestro corazón a Dios con humildad y sencillez, para que su presencia ilumine nuestro interior, transforme nuestro corazón y fortalezca nuestra vida. Entonces, gracias a la presencia del Espíritu Santo, seremos uno con Cristo y podremos decir junto con Pablo: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí».

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