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LA PERSEVERANCIA en los caminos de Dios es de suma importancia para el creyente que con fe se dirige a la Canaán celestial. Si llegamos a la meta, mirando constantemente a Jesús y confiando en él, seremos salvos por su gracia. Una vez que ha entrado en el camino de la vida en Cristo, el peregrino de la fe debe perseverar en él, pues así ha dicho el Señor: «El justo vivirá por fe; pero si retrocede, no agradará a mi alma» (Hebreos 10: 38). La senda que sigue el creyente fiel es la de la santidad.
Sería en vano brotar rápidamente como la semilla que es sembrada sobre la roca, para luego secarse rápidamente cuando el sol está en lo alto. Eso solamente demostraría que una planta así no tiene raíces, en contraste con la que permanece, continúa y da fruto, aun en su ancianidad, para demostrar que el Señor es recto y que en él no hay injusticia.
Hay una gran diferencia entre el cristianismo nominal y el cristianismo real, y esto generalmente se puede comprobar en el fracaso de uno y en la perseverancia del otro. Ahora, la declaración del texto es que el hombre verdaderamente justo proseguirá su camino. No regresará, no saltará los vallados ni se desviará a la derecha ni a la izquierda. No descansará quedándose sin hacer nada, ni tampoco desmayará ni dejará de andar su camino, sino que él «proseguirá su camino». Frecuentemente, le resultará muy difícil hacerlo, pero tendrá el auxilio divino, tal poder de gracia interna que le ha sido otorgado, que él «proseguirá su camino» con firme determinación.
Es posible que en su peregrinaje tendrá algunos tropiezos y que no siempre viajará a la misma velocidad, pero a pesar de ello, proseguirá su camino. Habrá momentos en los que correremos sin cansarnos, pero a menudo simplemente caminaremos y estaremos muy agradecidos porque no desmayamos. Oremos todos los días, pidiendo a Dios que nos de fortaleza para perseverar hasta el fin.