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DE ACUERDO A E. G. WHITE, los hijos reconocerán los esfuerzos de los padres fieles en la tierra nueva:
Cuando empiece el juicio y los libros sean abiertos, cuando sea pronunciado el «Bien hecho» del gran juez, y colocada en la frente del vencedor la corona de gloria inmortal, muchos levantarán sus coronas a la vista del universo reunido y, señalando a sus madres, dirán: «Ella hizo de mí todo lo que soy mediante la gracia de Dios. Su instrucción, sus oraciones, han sido bendecidas para mi salvación eterna» (E. G. White, Mensajes para los jóvenes, pág. 233).
Es necesario dedicar más tiempo a enseñar a nuestros hijos los caminos de Dios y no pasar por alto nuestro deber. Un padre salió a pasear al campo con su niño de cinco años de edad. Como hacía calor, el padre se sentó a la sombra de un árbol, mientras su hijo cortaba flores silvestres y se las traía al padre. El padre se acostó a la sombra y, pronto, se quedó dormido, mientras el niño se fue alejando del lugar. Cuando despertó, no vio al niño. Comenzó a buscarlo y, al ver que no aparecía, comenzó a desesperarse, hasta que descubrió que cerca había un barranco. Allí abajo estaba su hijo, muerto entre las piedras. El padre bajó, lo tomó en sus brazos y corrió gritando: «¡Soy un asesino, soy un asesino!». De la misma manera, un gran descuido por parte de nosotros como padres, puede ser la diferencia entre la vida o la muerte de nuestros hijos.
Los hijos son un don de Dios, un regalo para que los padres cuiden de ellos, los amen y los edifiquen como columnas labradas de un palacio. Es una gran realidad que seguir los consejos de Dios trae grandes bendiciones en nuestros hijos. Pero los padres tenemos que guiar a nuestros hijos por el camino correcto. Debemos presentarlos todos los días ante Dios.
Dado que Satanás también está interesado en nuestros hijos, para desviarlos de la senda correcta, debemos velar, orar y obrar para protegerlos. Oremos para que Dios nos dé el poder de ayudar a nuestros hijos en este día.