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CUANDO LA GENTE SUPO ADÓNDE IBA JESÚS, corrió por la orilla del mar. Los niños iban delante de los padres; los cojos, los ciegos y los demás enfermos eran llevados por sus familiares, algunos en camellos, otros en camillas o cargados en las espaldas. Aquellas personas se trasladaron tan rápido, que llegaron antes que la barca de Jesús. Cuando Jesús llegó al lugar, subió a una colina y se sentó con sus discípulos. De pronto, la multitud de personas se amontonó a su alrededor y Jesús tuvo compasión de ellas, entonces empezó a enseñarles y a sanar a los enfermos.
Cuando estaba anocheciendo, los discípulos notaron que había un problema: «“El lugar es desierto y la hora ya muy avanzada. Despídelos para que vayan a los campos y aldeas de alrededor y compren pan, pues no tienen qué comer". Respondiendo él, les dijo: “Dadles vosotros de comer”. Ellos le dijeron: “¿Quieres que vayamos y compremos pan por doscientos denarios y les demos de comer?"» (Marcos 6: 35-37).
Felipe, uno de ellos, buscó una solución humana al problema de la alimentación, teniendo al Dador de la vida. Olvidó que la presencia de Jesús llena toda necesidad y pensó terrenalmente en cómo resolver el problema que se les había presentado. Su pensamiento lo llevó a buscar soluciones humanas, en lugar de recurrir al poder del cielo. Pensó en el dinero y no en el poder de Dios. Mañana, veremos qué fue lo que hizo Jesús para solucionar la situación.
Analizando la compasión que tuvo Jesús por los necesitados y afligidos, y el deseo de satisfacer toda necesidad humana, nos damos cuenta de que esa compasión salió de lo profundo del corazón. Cuando era movido a la compasión, la ilimitada ternura de Dios se revelaba. No podía ver, ni puede ver a nadie padecer, sin desear librarle de su padecimiento. Jesús se compadece de los que sufren pérdidas humanas. Le embarga un deseo irreprimible de enjugar las lágrimas de todos los ojos sufrientes.
Seamos compasivos con los que sufren. Siguiendo el ejemplo de Jesús, expresemos compasión de corazón.