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La segunda muerte

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«El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. El vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte» (Apocalipsis 2: 11).

LA PRIMERA MUERTE es la muerte natural, aquella a la que llega el ser humano al final de sus días en la tierra. A diferencia de esta, la segunda muerte es para los impíos que tomarán parte en la batalla final contra Cristo y su pueblo. Al profeta Juan le fue revelado:

La muerte y el hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. El que no se halló inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego (Apocalipsis 20: 14, 15).

La muerte segunda es la paga del pecado, el juicio final, para el diablo y sus seguidores, realizado con fuego y azufre al término del milenio.

Pero Dios nos promete que el vencedor no sufrirá daño de la segunda muerte. El creyente que se mantuvo fiel hasta el final, venciendo toda prueba y tentación del enemigo con el poder de Dios, ya no estará en el escenario de los perdidos, sino en las bodas del Cordero. Juan menciona:

Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años (Apocalipsis 20: 6).

Los redimidos por la sangre de Jesús, serán rescatados antes de la segunda muerte, en la Segunda Venida de Jesús y antes del milenio. Cuando sea ejecutada por el poder de Jesús, los redimidos estarán a salvo con la compañía de su Redentor Dios creará de nuevo todas las cosas, purificará la tierra y la convertirá en el nuevo Edén para habitar allí con los redimidos.

Pero es necesario que antes de que Cristo venga por segunda vez seamos aceptados por Dios como sus hijos. E. G. White afirma:

El Padre dispensa su amor a su pueblo elegido que vive en medio de los hombres. Este es el pueblo que Cristo ha redimido por el precio de su propia sangre; y porque responden a la atracción de Cristo por medio de la soberana misericordia de Dios, son elegidos para ser salvos como hijos obedientes. Sobre ellos se manifiesta la libre gracia de Dios, el amor con el cual los ha amado. Todos los que quieran humillarse a sí mismos como niñitos, que quieran recibir y obedecer la Palabra de Dios con la sencillez de un niño, se encontrarán entre los elegidos de Dios (E. G. White, La maravillosa gracia de Dios, pág. 142).

Este es el momento de dejar toda relación con el pecado y no alejarnos de Cristo y su amor.

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