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Por la justicia de Cristo

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«No por tu justicia ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones Jehová, tu Dios, las arroja de delante de ti, y para confirmar la palabra que Jehová juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob» (Deuteronomio 9: 5).

LA BIBLIA expresa la indignidad del hombre para recibir los favores de Dios. Asegura la victoria sobre el enemigo, no por méritos propios, sino por la justicia, la misericordia y la fidelidad de Dios a sus promesas. El salmista clama:

¡Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra! [...] Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites? (Salmos 8: 1, 3, 4).

Cuanto más contemplamos el carácter, la justicia y el poder de Dios, más indignos nos vemos ante él. Dios quiere ver en nosotros una dependencia total a la fuente de su poder, grandeza y majestad. Es por la mano de Dios y por su presencia que va al frente. Previene contra cualquier pensamiento de justicia propia y autosuficiencia, como si a ello se debiesen estos favores. Nuestra posesión de la Canaán celestial ha de atribuirse al poder de Dios y no a nuestra propia justicia. Solamente por la sangre de Cristo, su justicia eterna, su gracia y misericordia entraremos en la patria celestial. El hombre sin Dios es tan frágil que la vida se esfuma en un abrir y cerrar de ojos. En Dios hay vida, esperanza y seguridad. Únicamente en Dios hay fortaleza, madurez espiritual, fe profunda como el ancla en medio del mar y un futuro asegurado.

Cristo con sus propios méritos, creó un puente sobre el abismo que el pecado había abierto, de tal manera que los hombres pueden tener ahora comunión con los ángeles ministradores. Cristo une con la fuente del poder infinito al hombre caído, débil y desamparado (E. G. White, El camino a Cristo, pág. 20).

Esta humanidad caída, ha sido levantada de lo profundo de la ruina en que el pecado la había sumergido y ha sido puesta en sintonía con el Dios infinito.

Ahora es el día de nuestra salvación. Es hora de mantener nuestro corazón entregado en las manos de Dios.

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