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TODO SER HUMANO desea obtener la vida y el bien, y escapar de la muerte y del mal; desea la felicidad y escapar de la miseria y la desgracia. Dios en su misericordia y amor extiende la mano para sacar del pozo de la infelicidad a todo el que quiera permanecer en pie, lleno del bien que proviene de la fuente divina. Obedece y todo te saldrá bien, «Pero si tu corazón. Se aparta y no obedeces, te dejas extraviar, te inclinas a dioses ajenos y los sirves [...] de cierto pereceréis» (Deuteronomio 30: 17, 18).
Estamos en una encrucijada, en medio de la lucha entre el bien y el mal. Moisés dice: «Circuncidará Jehová, tu Dios, tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, a fin de que vivas» (Deuteronomio 30: 6). Circuncidar el corazón significa avivar la percepción espiritual y enternecer la conciencia.
No es el plan de Dios obligar a los hombres a que abandonen su incredulidad impía. Delante de ellos están la luz y las tinieblas, la verdad y el error. Ellos deben decidir lo que van a aceptar. La mente humana está dotada de facultades para discriminar entre lo correcto y lo erróneo. No es el designio de Dios que los hombres decidan por impulso sino por el peso de la evidencia, comparando cuidadosamente unos pasajes de la Escritura con otros (E. G. White, Redemption: or the Miracles of Christ, pág. 112, 113).
El gozo de Dios es completo cuando una persona se vuelve a él, porque entonces pueden derramarse sobre ella las bendiciones del cielo. Es el pecador empedernido quien debe sufrir la maldición plena del pecado. Pero el que obedece y ama la palabra de Dios, dice como el salmista: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón» (Salmos 40: 8).
Por lo tanto, si la vida está escondida en Cristo y de él mana la vida, escojamos seguirlo y anclemos nuestra fe en él hasta alcanzar la victoria final.