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Cuando Dios interviene Satanás queda derrotado

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«Se enviaron las cartas por medio de correos a todas las provincias del rey, con la orden de destruir, matar y aniquilar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, y de apoderarse de sus bienes, en un mismo día, en el día trece del mes duodécimo, que es el mes de Adar» (Ester 3: 13).

ANTE EL OJO HUMANO, el edicto era irrevocable, los judíos tenían que ser destruidos y no había mano humana que pudiera librarlos. Pero Dios preparó el camino para su liberación. «Mediante el agageo Amán hombre sin escrúpulos que ejercía mucha autoridad en Medopersia, Satanás obró en ese tiempo para contrarrestar los propósitos de Dios» (E. G. White, Hijas de Dios, pág. 43). El edicto persa brotó de la malicia de Amán hacia Mardoqueo y su intención fue de destrucción total sin compasión alguna. Nunca pensó que el edicto de muerte sería revertido por el poder de Dios en su contra, pero él así trabaja para defender a sus hijos del poder del maligno.

Cuando los hijos de Dios claman por liberación, él escucha e interviene a su favor. «Ester tomó tiempo para comulgar con Dios, fuente de su fuerza [...]. Los ángeles que son poderosos en fortaleza fueron comisionados para que protegiesen al pueblo de Dios, y las maquinaciones de sus adversarios recayeran sobre sus propias cabezas» (White, Testimonios para la iglesia, t. 5, pág. 425).

Dios obró siempre a favor de su pueblo en su más extrema necesidad, cuando parecía haber menos esperanza de que se pudiese evitar la ruina. Los designios de los impíos enemigos de la iglesia están sujetos a su poder y su providencia es capaz de predominar sobre ellos (White, Joyas de los testimonios, t. 2, pág. 153).

Cuando Satanás había puesto en el corazón de Amán preparar la muerte de Mardoqueo, Dios puso en el corazón del rey preparar el honor de su siervo. Así fue como llegó el momento en que la tristeza se transformó en alegría, y el luto en festividad; en días de banquete y de gozo, en enviar regalos cada uno a su vecino, y dar dádivas a los pobres (Ester 9: 22). Pidamos que Dios intervenga cada día en nuestra vida, que nos dé la victoria diaria sobre el enemigo y que en su nombre salgamos victoriosos.

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