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LA GRATITUD sale del corazón y es como un perfume agradable ante el altar de Dios. Juan el revelador escuchó la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono en el cielo: «El cordero que fue sacrificado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza» (Apocalipsis 5: 12).
Juan también vio una puerta abierta en el cielo y la voz que escuchó era como de trompeta, que decía: «Santo, santo, santo es el Señor, Dios Todopoderoso, el que era y es y ha de venir» (Apocalipsis 4: 8). Solamente a Cristo Jesús debemos adorar y rendirle gratitud por todo lo que es y hace por nosotros. ¿Puedes imaginar eso? Día y noche, sin cesar, exaltando y alabando al Dios del cielo. Esto significa que el centro de tu vida es la adoración, la alabanza a Dios: cuando comes, cuando trabajas, cuando descansas.
La gratitud tiene que ver con la capacidad de reconocer que hemos recibido una atención, un favor, una palabra inmerecida. El poeta español Francisco de Quevedo dijo: «Quien recibe lo que no merece pocas veces lo agradece».
Pablo y Silas fueron encarcelados en Filipos por haber expulsado el mal espíritu que tenía una muchacha. Estaban en el calabozo más profundo y con los pies asegurados en el cepo.
A medianoche, Pablo y Silas orando y alabando a Dios, cantaban himnos y los presos los oían. Sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían, y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron (Hechos 16: 23-26).
Ese es el poder de la alabanza y la gratitud. Debemos alabar a Dios continuamente y decir: «Señor, abre mis labios y publicará mi boca tu alabanza»; «Mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día»; «A Jehová cantaré en mi vida, a mi Dios cantaré salmos mientras viva.» (Salmos 51: 15; 35: 28; 104: 33).
Ante circunstancias muy difíciles y peligrosas, alaba a Dios. Si te han apresado cadenas de oscuridad, alaba a Dios. Alza tu voz en gratitud estés bien o estés mal, alaba a Dios.