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¡Choque!

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"Invócame en el día de la angustia, yo te libraré y tú me honrarás" (Sal. 50: 15).

Un segundo estaba manejando, saliendo de un estacionamiento y entrando en una sección peligrosa de la autopista, y al siguiente segundo escuché un fuerte golpe, y mi auto giró y giró, hasta que se detuvo en un estacionamiento del otro lado de la autopista. Todo el tiempo pensaba que esto no me podía estar sucediendo, que no podían haberme chocado con tanta fuerza. Me quedé sentada detrás del volante aturdida, sin siquiera notar que mi brazo izquierdo estaba sangrando profusamente. Un poco después, me di cuenta de que mi pierna izquierda también sangraba. Estaba tratando de controlar mi respiración y poner en orden mis pensamientos. Nunca antes había estado involucrada en un accidente serio, y no podía entender que eso hubiese ocurrido.

Se reunió una pequeña multitud, y un joven amable apareció en mi ventanilla, asegurándome que todo estaría bien. Otros me preguntaron si pensaba que necesitaba ir al hospital. Neciamente, dije que creía que no. Sin embargo, alguien llamó a un vehículo de emergencias y, al poco tiempo, estaba acostada sobre una camilla dura con un cuello inmovilizador y una vía intravenosa en mi brazo derecho; me estaban tomando la presión arterial y dando oxígeno. Me cargaron en una ambulancia y me llevaron velozmente a la sala de emergencias del hospital.

Varias horas después, luego de muchas radiografías, una vacuna antitetánica y otros procedimientos, me dijeron que, aunque estaba magullada, no tenía ningún hueso roto.

Como ningún familiar vivía en la zona, llamé a mi amiga Marilyn y, sin darle explicaciones, le pedí si me podía ir buscar a la sala de emergencias del hospital. Llegó rápidamente. Me habían dicho a dónde habían llevado mi auto, así que fuimos hasta allí para verlo y rescatar mis pertenencias. Tenía comestibles en el baúl, y aunque la mitad, más o menos, estaba destruida, pudimos salvar la otra mitad. Daba tristeza ver el estado en que había quedado el auto, que luego fue declarado totalmente destruido.

La hija de Marilyn, Lori, es una enfermera maravillosa y, todos los días que fue necesario, vino a mi casa para cambiarme los vendajes. Mi hermana Lila vino desde otra ciudad para quedarse conmigo unos días. ¡No podría haber pedido mejores cuidados!

Tiempo después, Marilyn mencionó a Lori que era una lástima que yo no tuviera familia aquí, pero Lori le respondió:

-Sí, la tiene. Nos tiene a nosotros.

Ella tenía razón. Tengo familia aquí mis amigos, mi familia de la iglesia, la familia de Dios. Si tú tienes eso, puedes considerarte bendecida.

MARY JANE GRAVES

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