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Tenemos una historia

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"Diles todo lo que el Señor ha hecho por ti y cómo te ha tenido compasión" (Mar 5: 19).

 Desde el momento en que acepté contar la historia para niños en la iglesia hasta el momento en que la conté, sentí total angustia. Me culpé por acceder siempre a todo pedido. Me reprendí por no tener las agallas de decir que no.

Había contado la historia para niños varias veces en mi iglesia anterior, y también en la escuela bíblica de vacaciones. ¿Cuál era el problema ahora? Quizás era por ser nueva en la congregación; pero pienso que, realmente, era porque me sentía intimidada. Cada semana había escuchado a otros contar historias emocionantes de aventuras vividas por niños, o de encuentros familiares intrigantes en los cuales el Señor había realizado cosas dramáticas. Yo no tenía una experiencia así. Al menos, eso era lo que me decía a mí misma. Pensé y pensé, tratando de encontrar una historia adecuada, pero no se me ocurría nada. Le varias, pero las rechacé todas. Eran historias de otras personas. Yo quería una que fuera mía.

Casi se me había acabado el tiempo, cuando me di cuenta de que tenía una historia, una historia sobre una sobrina que, mientras me visitaba, había perdido. Su teléfono celular y lo había encontrado luego de que yo oré silenciosa pero fervientemente. También recordaba que esa respuesta a mi oración me había dado mucho gozo espiritual. ¡Qué emocionante! Dios me había escuchado y me había contestado. La lección: él cuida hasta de los gorriones y encuentra teléfonos celulares perdidos. Seguramente también cuidará de mí.

Preparé mi historia con la ilustración apropiada: una almohada con un teléfono celular en la funda de la almohada, donde habíamos encontrado el teléfono perdido justo a tiempo para que mi sobrina pudiera viajar de regreso a Nueva York. La historia recibió una respuesta entusiasta, tanto por parte de los niños como de los adultos agradecidos. Me sentí gratamente sorprendida.

Después de ese sábado, por algún tiempo reflexioné sobre el evento. Pensé que no tenía una historia propia, pero sí la tenía. Es típico de nosotros minimizar lo que debería ser una fuente de afirmación y deleite espiritual. Todos tenemos una historia. Cada uno de los pequeños milagros diarios de Dios en nuestras vidas es una historia. Nuestra salvación es una historia maravillosa; y algunos tenemos experiencias más dramáticas e impresionantes que otros. Pero, si fuimos partícipes de la gracia salvadora de Dios, ya eso es una historia maravillosa. Y debiéramos estar dispuestos y listos para compartirla con sus hijos.

JUDITH P. NEMBHARD

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