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Cada vez que sucedía algo en mi familia, volvía a sentir que Dios estaba tratando de decirme algo. Cheryl percibió que estaba preocupada y me abrazó con fuerza, temerosa de perder a su hermanito.
-Mamá, ¿papá está viniendo? -me preguntó, y yo asentí.
-¿Va a morir Kenneth, porque es prematuro? -volvió a preguntar.
Yo la abracé, sin saber qué responder. Carl llegó justo cuando el médico salía del quirófano. Nos informó que Kenneth estaba bien, pero que lo mantendrían en observación. Todos suspiramos con alivio. ¿Era esta una prueba de Dios?
El sentimiento de que no estaba viviendo acorde a la voluntad de Dios persistía en mi corazón. Aunque Carl nunca interfería con que criara a nuestros hijos como cristianos, me molestaba que él no nos acompañara. ¿Por qué había aceptado, ante su insistencia de que me casara con él? ¿Lo amaba demasiado como para actuar de acuerdo con mi creencia de que una pareja debía estar unida en yugo igual? El amor era poderoso. No me importaba que Carl no tuviera educación, que fuera mayor que yo, e hijo único consentido; y lo más importante, diferente en cuanto a religión. Ignoré todo eso y me casé con él de todas formas. Y ahora seguía orando por su conversión.
Un día, me dirigía a buscar una aspiradora bajo una lluvia torrencial. Las rutas estaba resbaladizas y había muy poca visibilidad. Lo último que recuerdo es que sentí un golpe, y el volante y el panel de instrumentos se incrustaron en mi estómago. Me desperté en una sala de Emergencias, con las palabras de que mi páncreas estaba reventado. Mi esposo tenía que firmar el consentimiento para una cirugía de emergencia. Alguien fue a buscarlo. Pareció que habían pasado solo un par de segundos y Carl estaba a mi lado, diciéndome que todo estaría bien. El médico estaba listo para llevarme al quirófano, pero Carl insistía en que tenía que decirme algo. Y allí declaró que si sobrevivía, él entregaría su vida al Señor. Sostuvo las manos del cirujano y oró por esas manos.
La cirugía salió bien. Cuando el médico me visitó en la sala de Recuperación, lo primero que me preguntó fue cómo estaba mi esposo. Carl lo había impactado mucho. ¡Alabado Sea Dios! Carl comenzó a leer varias de mis lecciones bíblicas y a estudiar la Biblia. Asistió a clases bautismales y fue bautizado el día de mi cumpleaños, apenas terminé mi recuperación. Con oración ferviente y un buen ejemplo, quienes nos rodean pueden reconocer la belleza de Dios y volverse al Señor.
ANDRES THOMPSON