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Juegos de niños

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"El reino de los cielos será entonces como diez jóvenes solteras que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al novio” (Mat. 25: 1).

Dios me ha dado el privilegio de trabajar con niños. Reconozco que es una gran responsabilidad. Aunque a veces es estresante, también es divertido, ya que los niños se expresan de manera espontánea. ¡Siento que ya lo he escuchado todo!

Entre las muchas "perlas" que he escuchado, hay varias que nunca olvidaré. En una ocasión, tres pequeños varoncitos de unos tres años estaban intercambiando ideas para comenzar un juego. De repente, uno de ellos dijo:

-¡Yo voy a ser el Padre!

El segundo rápidamente gritó:

-¡Yo soy el Hijo!

Para mi sorpresa, el tercero dijo, instantáneamente:

-¡Yo soy el Espíritu!

Confieso que hasta el día de hoy me emociono, al pensar en la magnitud de esa conversación infantil. Para que una vida espiritual sea victoriosa, es indispensable la presencia de Dios en su plenitud: Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Cuántas veces olvidamos que él es la Trinidad! Oramos al Padre en el nombre del Hijo, pero casi siempre olvidamos al Espíritu Santo. Con seguridad, esto no le complace a Dios. Cuando hacemos esto, estamos olvidando a una parte de la Trinidad, una parte de Dios, de la Deidad.

En la parábola de las diez vírgenes, cinco quedaron afuera. Cuando tomaron sus lámparas, no llevaron suficiente aceite. Más tarde, al gritar: "¡Señor! ¡Señor! ¡Ábrenos la puerta!", puesto que habían olvidado a la tercera persona de la Trinidad, recibieron la dura respuesta: "¡No, no las conozco!" (Mat. 25: 12). Fue porque les faltaba aceite, el cual simboliza al Espíritu Santo. ¿Cómo puede el Señor salvar a quienes no lo conocen, a quienes ignoran al Espíritu Santo? El Espíritu es la parte de la Trinidad que nos convence de pecado, justicia y juicio en los últimos días.

Alabo a Dios por el privilegio de conocer a esos tres niños, y por el momento en que me enseñó, con tanta simpleza, que el Espíritu Santo debe estar presente. El juego no habría estado bien si faltaba el Espíritu. Un niño habría quedado afuera; o, más bien, el juego no habría tenido a Alguien. No habría funcionado

Hoy, siempre oro al Padre, en el nombre del Hijo, para que el Espíritu de Dios me conmueva. Querida hermana, espero que esta sea también tu oración desde ahora.

GILSANA SOUZA CONDE

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