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¿Estaría dispuesta?

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"Devuélveme la alegría de tu salvación, que un espíritu obediente me sostenga" (Sal. 51: 12).

Como coordinadora del ministerio a los adultos solos de mi iglesia, he descubierto que los ancianos, especialmente los que viven en hogares o asilos de ancianos, tienen grandes necesidades; pero disfruto de estar con ellos. Este grupo especial anhela un toque individual, aunque sea solo treinta minutos por semana. Mi equipo usa ese tiempo para ayudar a estas queridas personas a manejar sentimientos de soledad, ansiedad y duelo. A menudo, tenemos que asegurarles que, sin importar cuán terrible parezca la situación, Dios ha prometido que nunca los dejará ni los abandonará (ver Deut. 31: 6).

Recuerdo cuando trabajé con Virginia. Cuando comencé a visitarla, ella vivía en la casa de su hijo y, como estaba sola casi todo el día, la visitaba frecuentemente. Disfrutamos de una hermosa amistad, y ella demostraba mucha fe al intercambiar historias de cómo Dios nos había cuidado a lo largo de los años. Cada vez que la visitaba, mi fe se fortalecía.

Sin embargo, un poco después, sus problemas de salud hicieron necesario que ella estuviera en un lugar donde pudieran ayudarla en todo momento. Pensé que podía reducir la frecuencia de mis visitas y concentrarme más en aquellos que estaban solos en sus casas. Pero extrañaba a Virginia, así que un día, hice el viaje hasta el centro para visitarla.

Ante la puerta abierta de la simple habitación de virginia, llamé tímidamente. Virginia levantó la mirada, extendió los brazos y exclamó: "¡Marian! ¡Marian!" La saludé con un abrazo gozoso. Hablamos, y le dije que se veía hermosa. Le corté las uñas, canté suavemente un par de himnos y tuvimos una Santa Cena juntas. Terminamos la visita con una oración. Para mí, fue verdaderamente difícil dejar la, y sé que ella sintió lo mismo.

Mientras conducía a casa, analicé mi propia vida. ¿Está mi vida abarrotada de actividades "necesarias", como reuniones, internet, televisión… cosas sin las cuales siento que no puedo vivir? Entonces, mis preguntas íntimas se volvieron más espirituales. ¿Qué haré cuando vuelva Jesús? ¿Estaré dispuesta a dejar estas interrupciones materiales y correr a arrodillarme a sus pies? ¿Reconoceré su voz y su sonrisa atrayente, y exclamaré: "¡Jesús, Jesús! Te he estado esperando por tanto tiempo"? ¿Lo haré? Oro porque así sea.

MARIAN C. HOLDER

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