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Rara vez me siento del lado de la ventanilla en un avión, ya que prefiero un asiento del lado del pasillo, para moverme con mayor libertad. Pero en un viaje reciente, tenía la fila entera de tres asientos para mí sola. Luego de ascender, levanté los pies y me estiré, para disfrutar del vuelo. Me apoyé en la ventanilla y admiré una vista que era verdaderamente impresionante. Las nubes cubrían el cielo hasta donde podías observar, nubes que se asemejaban a pequeñas bocanadas blancas, apiladas tan uniformemente que no lograba ver a través de ellas. Sobre esta capa de belleza absoluta, el sol brillaba en su esplendor. Me maravillé ante esta escena, resultado de la mente creativa y el diseño inteligente de Dios. Pensar que él podía planificar los mecanismos del universo para crear un caleidoscopio de tal magnitud, me hizo reflexionar sobre sus muchos dones inesperados.
Seguía disfrutando de la vista, cuando la voz del capitán me hizo prestar atención. Debíamos prepararnos para el aterrizaje. Gradualmente, el avión comenzó su descenso, atravesando las nubes. Me pregunté qué esperar, al avanzar cruzando aquella capa blanca. Pero, para mi sorpresa, las nubes no parecían tan densas ni gruesas como esperaba. Por unos cortos momentos, el capitán nos guió a través de cielos menos amigables, cuando todo se volvía blanco a nuestro alrededor. Sin indicación alguna de lo que podría haber en nuestro entorno. No teníamos otra opción que confiar en sus instrumentos y sus habilidades como piloto. Pero habíamos perdido el sol. Ahora, el cielo estaba cubierto con claras indicaciones de un clima tormentoso. Las nubes que eran magníficas bajo el sol de arriba, ahora estaban grises y aprensivas, al bloquear el sol. No pude evitar murmurar: "Realmente prefiero estar sobre las nubes, donde todo es brillante y glorioso".
Pronto, tú y yo estaremos reunidos en las nubes, y del otro lado estará nuestro Padre, sentado en su gran Trono blanco en la ciudad santa, la tierra del deleite puro, listo para recibir a sus hijos fieles. Pero mientras tanto, debemos atravesar lo desconocido, esas nubes oscuras de la vida. Es un momento para confiar completamente en Jesús, quien nos puede guiar certeramente. Al depender de él, las partes difíciles del camino parecerán menos atemorizadores. En los días en que la vida no me está tratando tan bien, me recuerdo a mí misma: "¡Resiste! Ya no falta mucho".
BERNADINE DELAFIELD