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He tenido el gozo, y los desafíos, de cuidar de mis padres de edad avanzada. Mis amantes padres me cuidaron muy bien, y siempre sentí que lo natural era hacer lo mismo por ellos en su vejez. Los últimos tres años han sido los más reñidos, ya que mi madre, en especial, sufre de insuficiencia renal y diarrea crónica.
La Navidad pasada, luego de otra hospitalización más, su médico me dijo que ya no podían hacer nada para aliviar su diarrea. Vino a casa y, entre festividades, visitas familiares y los gozos de la temporada, me fue evidente, como enfermera, que a causa de los efectos de su enfermedad, mi madre se estaba deteriorando. Me sentía completamente inútil. Todo lo que comía pasaba directamente a través de ella, y ya estaba muy frágil. Ningún medicamento ayudaba.
Una tarde, volví a arrodillarme a orar. Agradecía Dios por el privilegio y el gozo de tener todavía a mis padres con vida. Mis hijos pueden verlos todos los días. Puedo abrazarlos y agradecerles por todo lo que han hecho por nosotros. Ni siquiera pedía Dios que extendiera la vida de mi madre, solo que la aliviara de los síntomas que la enfermaban y que me diera sabiduría para ayudarla. Esa misma noche, mi hija de once años, Cynthia, se me acercó y dijo:
-Mami, creo que sé cuál es el problema con la abuela.
A mi hija le encantan los programas médicos de televisión y, a menudo, pasa tiempo en Internet investigando enfermedades, ya que quiere llegar a ser médica algún día. Me mostró su investigación sobre una enfermedad llamada síndrome de Habba. Quedé estupefacta, al leer y encontrar todos los síntomas de mi madre.
Al día siguiente, envié la información al gastroenterólogo de mi madre. Él le prescribió el tratamiento para esa enfermedad con alegría, dado que admitió que no sabía qué más prescribirle. Para nuestro asombro, con una sola dosis de la medicación encontró alivio inmediato de la diarrea que había durado tres años. Ha recuperado su fuerza y nuevamente disfruta de la vida. ¡Alabamos a Dios por su intervención a través de una niña!
Siempre he encontrado consuelo en la oración. Dios tiene una forma de contestar, a menudo de maneras que no podemos imaginar o entender. Una cosa es segura: Dios es fiel. Él nos oye cuando oramos y, a veces, contesta a través de un niñito.
LISA LOTHIAN