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HISTORIA DE DOS A

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Dios le ordenó: «Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré» (Génesis 22: 2).

Abril de 2003. Aron Ralston, experimentado montañista, decidió salir a escalar el fin de semana. Estaba tan seguro de que no correría peligro que no le dijo a nadie que iría a la montaña. Mientras escalaba, encontró una roca que pesaba como 400 kilogramos. Al intentar rodearla, se movió y cayó, aplastando el brazo de Aron contra la pared del cañón. Su mano derecha quedó prensada inmediatamente; estaba atrapado donde nadie podría oírlo o verlo, prácticamente «entre la espada y la pared».

Cinco días después, sin agua ni comida, Ralston enfrentó este dilema: perder la mano o perder la vida. El escalador escogió la mano. Cuidadosamente sacó una navaja que traía consigo y cortó su brazo atrapado hasta que quedó libre. Nunca subestimes el poder del espíritu humano cuando se trata de sobrevivir.

Aunque fue muy doloroso para Ralston cortar su brazo, ese dolor no se aproxima a la decisión de Abraham, cuando Dios le dijo: «Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré». Apuesto a que Abraham hubiera cambiado feliz su dilema por el de Aron.

Tan duro como debió ser cercenar un brazo, tener que matar a alguien que amas más de lo que se puede decir, alguien que sonríe como tú, que quiere ser como tú, alguien a quien has esperado durante toda la vida, debe ser peor. Es la decisión que Abraham encaró, y tal como el escalador (ambos nombres empiezan con A), Abraham pasó el examen.

Es mi parte favorita de la historia: Abraham se levantó de madrugada y ensilló su asno. También cortó leña para el holocausto y, junto con dos de sus criados y su hijo Isaac, se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado (Génesis 22: 3). No titubeó. No protestó. Nada de dejar las cosas para más tarde. Solamente obediencia.

Abraham amó a Dios más de lo que amó a Isaac, el regalo que Dios le había dado.

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Génesis 22-24

Abraham pierde el amor de su vida, Sara (Génesis 23). El nene obtiene a la chica de sus sueños (Génesis 24).

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